En el pueblo había una joven
sobradamente preparada que lo sabía prácticamente todo. Sin embargo, era una
persona de escasos principios, consumía periódicos en función de criterios
insostenibles. Compraba los de grapas cuando arreciaba fuerte el viento, y los
domingos de paella elegía los amarillos, los sensacionalistas. La prensa rosa la
dejaba para cuando se hacía mechas de colores, y entre semana seguía la diversidad
informativa de otros diarios en las cafeterías. No se identificaba con ninguno,
todos le valían, incluso los desfasados que amontonaba en la buhardilla. Esos, los
extendía sobre el suelo para que nadie pisoteara lo fregado.
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