El trapo revelaba la cartografía
de un paisaje urbano. Su interpretación por aquella amalgama de manchas indicaba
el itinerario hasta la Plaza del Hoyo de mi localidad. Extendí el paño tiznado sobre
el banco de cocina como quien despliega un plano callejero y, delante de mi
mujer e hijos, recorrí con el dedo los recovecos que formaban entre sí aquellos
lamparones de suciedad. Corroboraron la correspondencia con las calles que les
iba señalando: Inmaculada, Virgen de la Maraña, Salsipuedes, Engaño, incluso
con el Paseo del Tropezón, pero con el agujero que situaba la citada plaza no quisieron
entrar al trapo.
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