Tener a presos encerrados la
mayor parte del día durante toda su condena es aniquilarlos. Todo depende del
tiempo recluido, aunque la capacidad de algunos reos en remontar las adversidades
es sorprendente; así lo atestiguan algunos vigilantes de prisiones de alta
seguridad. Aseguran que una vez han traspasado la franja de la locura, en su
adaptación por seguir viviendo y solo durante varias horas, la fragilidad de sus
cuerpos se ve sometida a una virulenta metamorfosis que, lejos de acabar con
ellos, los transforma en feroces cuadrúpedos a los que solo es posible apaciguar
por medio de cachiporrazos de plata.
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