La joven camarera no es especialmente guapa ni simpática, pero verla
mientras sirve almuerzos a los clientes provoca en mí un sentimiento morboso. Tiene
buenas tetas y un mejor culo. Sus ojos
son de panda porque se los pinta demasiado. Los preferiría con ojeras y sin
maquillaje, castaños, verdaderos. Me imagino mi mano cubriendo una de sus
nalgas, presionándola suavemente. Sus labios rojos no hablan, nunca
dicen nada. Es callada. Se la ve tan agotada… Cuando se van los majaderos de la
mañana se sienta un rato en su silla. Ahí descansa. Cierra sus ojos y, durante un momento, se vuelve más bella. Yo la observo haciendo que leo el periódico. Entonces
su jefe sale de la cocina y se coloca tras ella. La sorprende con un casto beso
en la mejilla. Acaricia su cabello como quien busca piojos, y eso me hace
suponer que es su padre o un pariente, pero dejo de suponerlo cuando, por
encima del suéter, le soba las tetas.
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