A eso de las cuatro de la madrugada, a través del patio interior, oí un
batir de huevos. No era un solo batir. ¿A esas horas, quién podía hacerse una
tortilla?, pensé. El ruido insistente del tenedor contra la loza me sugestionó.
Me asomé a la galería y, efectivamente, había luz en algunas ventanas. Sufríamos
una ola de calor. Pensé que un vaso de leche con galletas me iría bien. Abrí el
frigorífico, cogí el tetrabrik y me quedé un buen rato con la cabeza ahí
metida. Luego, sin saber cómo, me desperté algo turbado, mojando galletas en huevo
batido.
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