Yo a las mujeres las quiero tatuadas. La piel cruda de las que no lo
están no me dice nada. Un tatuaje bien hecho te lleva a la excelencia, a la
conexión con alguien. Yo conecto con los dibujos de dragones en la espalda,
pues interpreto que la mujer que los lleva es guerrera, épica, algo salvaje. La
piel es el escaparate de uno mismo, un lienzo que se mueve con nosotros a todas
partes. Yo soy gula, glotonería. Pecado. Y me encanta llevarlo tatuado. Mi
espalda es una mesa grabada con manjares marineros, y mis brazos son
salchichas, morcillas y chorizos. Todo bien dispuesto, como colgado, aprovechando
lo largo del brazo. Un artista tatuador ha sabido plasmar con detalle todo esto
que me llena. No es un capricho fruto de las modas o un acto de rebeldía. No. Soy
lo que como. Lo he meditado. No puede ser de otra manera. Esto es para toda la
vida. Tengo la certeza de que inyectar tinta y colorantes indelebles en la piel
es la mejor manera de proyectarnos en esta vida tan loca.
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