La mujer que estoy encantado de conocer es una de esas personas en
peligro de extinción que da gracias por todo. Da gracias a la luz que entra por
la ventana cada día; a las flores que le alegran la vista; a los pájaros que
trinan y hacen cabriolas en el cielo; a las nubes por su lluvia; a sus hijos, a
sus nietos, a la gente; a todo aquello que le da bienestar. Es positiva, no
cabe duda, y esa espiritualidad con la que ha nacido hace que enarbole su fe
como una bandera; porque su bondad, lejos de ser una postura simplona, hace que
pueda soportar las adversidades. Hoy la he oído hablar sola. Se dirigía a la
cajita que tiene sobre la cómoda. En ella ha ido guardando los dientes que le
han ido cayendo. Concretamente hablaba a una pieza medio podrida que acababa de
introducir. Y decía: «Querida muela, te doy gracias por aguantar en mi boca
todo este tiempo».
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