Soy embalsamadora, y admito que hablo con los cadáveres mientras
desempeño mi trabajo. Soy respetuosa. Sé que en ellos reside el alma, la
parte inmortal que constituye la esencia humana. Me gusta estar rodeada de su
silencio y masajear su carne para eliminar su rigidez y mejorar el aspecto de
su piel. Luego los vacío, los dejo sin sangre ni vísceras, y los trato con
formaldehido y otras sustancias químicas para evitar su descomposición. Casi
les devuelvo la vida. Los maquillo y les pongo una peluca; el pelo acaba
cayéndoles. Excepto el de mi marido; lo conocí siendo calvo.
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