Bajo la apariencia de la legalidad puede estar instalado lo rancio y la
suspensión de un terrible virus que ha ido expandiéndose a través del tiempo,
de los apellidos. La ceguera individual y la de los grupos políticos determinan
las realidades de ahora. Y, al final, es complicado interpretar la verdad.
Haciendo de vientre en mi trono he pensado que la verdad debería ser interpretada
por androides programados. Sí, robots; algo que no fuera humano. Cuestionamos a
las personas más inteligentes; a las que más han estudiado; a las que sentencian
con una maza las posibles lecturas… Algo debe estar fallando. Será que todo está
podrido (¡uff, sí, cómo huele!). La mayoría pertenecemos a algún bando –ya no se
valoran las individualidades–, y así es complicado ver lo que es justo. Se han
creado normas tan necesarias como confusas, y parece que ya no hay capacidad
para crear otros matices dentro del orden. Por eso yo prefiero el sentido común
que es capaz de evaluar un buen robot que el de una buena persona.
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