Estoy orgulloso de no odiar a nadie; de no recurrir a los malos pensamientos
para acertar; de no pensar en el dinero. Estoy satisfecho de sentirme una
hormiga; de perderme en los mercadillos, incluso en los laberínticos de mi conciencia;
y de no aclararme cuando busco respuestas. No me importa cuando la gente no me
identifica por la calle. La vida es extraña, te levantas y no sabes con quién
van a confundirte. «¿Carlos? ¿Fernando?» Ellos disparan. Me miran raro. Yo les
sigo la corriente. No saben que cuando te retocas el rostro estéticamente puede
quedarte la cara de pato.
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