Salí desconfiado. Y tan pronto pisé
la calle, oí como alguien me saludaba. El efusivo hola provenía de una señora
que no conocía. La escaneé de arriba abajo: morena, de unos cincuenta años, cara
de pan, vestida con un abrigo velludo color avellana y portadora de un carrito
con ruedas; seguramente venía del mercado. La olisqueé a fondo como un sabueso,
había comprado sardina, el tufo se mezclaba con la fragancia perfumada de sus encrespados
cabellos. Pellizqué la carnosidad de sus mejillas, palpé a golpecitos la prenda
que la cubría y, finalmente, tras lamerle una mano, le devolví el saludo.
Sergi, en los pueblos sucede mucho esto, que te saluden mujeres de lo más variopintas o viejos que no se acuerdan de nada, preguntando eso de: ¿y tú de quién eres? En tu relato, tú le has dado bien vuelta. Te has cobrado justa revancha.
ResponderEliminarBuen micro.
Saludos.
Jejeje, gracias Nicolas. Yo soy de pueblo, de Peñiscola (lo es más en invierno) y es así como lo cuentas. He querido que actuaran los cinco sentidos de ese personaje desconfiado sobre la gente que le saluda sin ser necesario con la inttención de que, despues de realizar las pertinenetes y exageradas comprobaciones sensitivas, se percataran (es el caso de esa buena mujer que venía de comprar) de que uno debe saber a quién saluda, hay mucho loco suelto. De todas formas, saludar es un acto bonito que eleva el alma. Un saludo Nicolás, HOLA !!!
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