Le construí un final con varios
listones de madera, unos cuantos clavos y un martillo. Después le prendí fuego
y me quedé observando como las llamas convertían la materia en un montón de cenizas
ardientes, incandescentes. Me arropé cerca de los restos, a la lumbre de sus
rescoldos, pues la noche en el bosque se adivinaba fría. Descansé metido en mi
saco de dormir, y por la mañana ya nada me oprimía. Me sentía renovado, libre.
Sin embargo, aquel humillo blanco que aún evocaba su presencia sobre la hoguera
me llevó a extinguirla del todo con un generoso meado matutino.
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