jueves, 9 de abril de 2015

EL OSO



En el momento en que le dio la espalda –después de prepararle un barreño con varios kilos de pescado y una caja de suculentos arándanos bañados con un buen chorro de miel para que merendase–, el gran oso pardo que tan afectuoso y dócil era con su adiestrador, se vio movido por primera vez por un impulso que le germinaba de sus entrañas: se alzó majestuoso con sus dos patas traseras ante quien lo alimentaba cada día, le rugió con ojitos de peluche, arrinconándolo contra los barrotes, y dando bandazos con sus zarpas retraídas, le atacó lentamente, con ternura.

2 comentarios:

  1. Sergi, el instinto natural se puede domesticar, pero nunca reprimir y así es sencillo que aparezca en cualquier momento. Como le ocurrió al escorpión con la rana en la famosa fábula.

    Pobre oso, encerrado.

    Saludos.

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    1. Gracias por tus palabras, siempre acertadas Nicolás. Mira, ahora estoy haciendo un café con un amigo que se parece a ese oso bonachón. Me ve teclear el móvil con mis dedados, espero que no se entere que hablo de él, es capaz de atacarme como el oso del micro.

      Saludos amigo

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