La función empezó cuando un señor
se colocó unos pequeños auriculares en los oídos para mantener una conversación
telefónica. Lo hizo en voz alta, sin importarle que estuviera lleno de gente. La
mayoría disimulábamos, hacíamos como si no estuviera, pero la escena se
convirtió en un vivo monólogo que captó el interés. Estaba alterado, gesticulaba
mucho con las manos y, al final, en lo más álgido de la discusión, se echó a
llorar como un niño. Su intervención cautivó. De hecho, cuando acabó de hablar,
algunos que también estábamos allí esperando la llegada del tren, le dimos un fuerte
achuchón.
Sergi, te confesaré algo al hilo de tu micro. Disfruto como un enano las veces que viajo en transporte público o espero a que llegue el autobús o el tren de turno por convertirme en ese oyente o lector de historias ajenas que ni fu ni fa hasta que me imagino un principio o un desenlace, más o menos cómo ocurre en tu micro.
ResponderEliminarBuena idea y excelente ejecución.
Abrazos.