Mi trabajo de bibliotecaria es silencioso y me permite hacer muchas
cosas. Cuando me canso de catalogar libros hago un parón y leo, otras veces
escribo, otras escucho música en mí mp3 y, desde hace unas semanas, me dedico a
preparar combinados. Esos días que me da por la coctelería voy algo más cargada
al trabajo. Ayer mismo en mi mochila dispuse una copa de balón, una botella de
Beefeater y otra de tónica Schweppes –son mis marcas preferidas–, un par de
limones y una bolsa de hielos dentro de otra especial para mantenerlos
refrigerados. Un Gin tonic es algo más que mezclar ginebra con tónica; así que
tengo en cuenta una serie de pautas básicas para que el cóctel esté en su punto
y sea apetecible. Es imprescindible que el hielo sea compacto y de calidad; que
no sea del grifo, ya que el cloro puede «matar» el sabor del combinado. Ah, y
nada de vasos estrechos o de tubo, la ginebra no es capaz de expandirse. A mí
me gusta deslizar la corteza de un limón (que he cortado previamente con una
pequeña navaja) por el borde de la copa y luego la dejo sobre el hielo con la
idea de perfumarlo. La ginebra debe servirse en su justa medida. Para mi gusto:
una parte de Beefeater por dos partes y media de tónica Schweppes. Nada del
zumo ni la pulpa del limón, eso elimina el carbónico y lo chispeante de la
bebida. Es esencial que no se rompan las burbujas. Se consigue vertiendo
pausadamente la tónica sobre la pared de la copa, aunque yo uso una cucharilla
mezcladora, es mucho más profesional y se logra el efecto deseado a la hora de
mezclar destilado y refresco . Muchas veces, el agradable sonido de la
efervescencia es lo único que se escucha en la biblioteca, y yo me siento
privilegiada de tener el trabajo que tengo.
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