El estado de su alma se vuelve viscoso. Se pega en la concavidad de sus
costillas y en la parte posterior del esternón. Su corazón se desplaza a la
derecha, y el hueco que deja se llena de pequeños agracejos negros que van explotando
como petardos. Ella permanece quieta, insensible, deja que el prodigio avance. Experimenta
una inmersión en su mente, en un pequeño océano, y adopta los colores de su espiritualidad.
A través del yodo que imagina en la densidad de ese líquido y de sus órganos se
establece un equilibrio místico que la transforma en un cuerpo vibrante y
maligno. Exenta ahora de espíritu, y apta para no sentir culpa, se siente atraída
por las conductas perversas y los objetos punzantes.
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