Soy muy sacerdote. Mucho. Creedme. He bautizado muchísimo; a más de mil
bebés, y he casado a centenares de parejas. Empecé desde cero en esta tierra
desconocida, y, gracias a la generosidad de la gente y a la ayuda de Dios, he
podido construir un pequeño templo en el que puedo dar mis liturgias. En los
entierros, debido a que los habitantes de este lugar nunca han demostrado su
pena, pagué a una profesional para que llorara a los muertos y contagiara a los
más allegados; una plañidera. Venía cubierta con un velo negro y presidía las
lamentaciones; expresaba la desolación con energía y otorgaba el tono de
tristeza que convenía. Pero, al parecer, no era convincente, pues no consiguió
que nadie derramara ni una lágrima. Desde que estoy en este pueblo, nadie ha
sentido la pérdida de un ser querido, por eso voy a celebrar el I Certamen de Plañideras,
dentro del Festival Anual del Día de Todos los Santos. A ver si lo consigo. Porque si
algo soy es muy sacerdote.
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