Gracias a la pobreza y la indigencia, la caridad ensalzó los sentimientos
más nobles de George, un empleado de banca al que la vida trataba bien. Hacer
buenas acciones estaba a la vuelta de la esquina, o en la misma esquina en
forma de mendigo. Un día, el banquero lanzó unas monedas en el cesto de un pobre
indigente, y lo que había de mezquino en George pasaría a la excelencia en apenas
un momento. La conciencia y los pecados se lavarán en el acto, pensó; aunque
aquella fría mañana de febrero, desayunando con su esposa, hubiera hecho algo
atroz.
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