viernes, 26 de octubre de 2018

METERSE EN UN JARDÍN


El jardín quería contarme algo, así que me tumbé en él y oprimí levemente la oreja sobre el césped. Así estuve toda la mañana, echado cómodamente y escuchando su discurso a través de la hierba. Mi jardín era un gran conversador. Las veces que soy yo el que quiere contarle algo a él, quito el tubo de plástico de mis gafas de buceo y lo clavo en su tierra para hablarle por la embocadura. La mayoría de jardines padecen sordera.
      Esta vez el jardín me habló del tiempo; de todas sus acepciones. Había muchísimas. El estado atmosférico era el sentido de la palabra que más le interesaba, pues hacía semanas que las nubes no ensuciaban el cielo. «En esta época del año el tiempo debería ser más lluvioso», dijo con voz arenosa y profunda. Luego se centró en los significados que hacían referencia al paso del tiempo como período o duración, e hizo una declaración que me chocó: «…no son los relojes los que miden el tiempo». Como un viejo al que le encanta contar batallitas siguió hablando y encadenó varias locuciones sobre el tiempo. Había tantas como abuelos y las pronunció como una ametralladora: «En tiempo de Maricastaña…; en mis buenos tiempos…; me tomo el tiempo como viene…; no quiero perder el tiempo…; obedezco al tiempo…; he de ganar tiempo…; me falta tiempo…; de un tiempo a esta parte…; bebo agua del tiempo…; de tiempo en tiempo…; capeo el tiempo…; antes de tiempo…; al mismo tiempo…; me agarro al tiempo…» Y así. Cuando acabó, se tomó un respiro y grito: «¡¡Correeeeeed, no queda tiempo!!».
      El jardín proyectó un profundo ronquido desde los sustratos más insondables y se quedó dormido. Entonces oí un rotundo tic-tac que hizo temblar violentamente la tierra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario