Cuando nos pasan cosas malas y no sabemos muy bien cómo afrontarlas, es
bueno que exista alguien próximo a nosotros que sepa dar la vuelta a esas adversidades
y nos distancie de ellas con su modo especial de ver las cosas. Solo
necesitamos que ese alguien nos exprese algo sencillo y profundo que nos haga
reflexionar. Juanjo, mi amigo, es una de esas personas. Sabe escuchar y dar
buenos consejos. Por eso quedé con él y le conté mi pena.
Mi novia me había dejado por
otro. Juanjo se disgustó y abrió los ojos como platos. Se puso en mi lugar. Pero
atended a su ingeniosa e imaginativa manera de quitarle hierro al asunto para
ayudarme: simuló un aparatoso ataqué al corazón. Así fue; como os lo cuento.
Siempre ha tenido una gran capacidad para las artes escénicas. Le basta una
mirada, un gesto o una acción para hacerte ver lo importante de la vida. Se quedó
de piedra, palideció y tuvo reiteradas convulsiones. Enseguida entendí por
dónde iba. Luego, se tiró al suelo y acabó retorciéndose como un gusano,
regurgitando una baba espumosa por la boca. Su exagera puesta en escena y su
fingimiento consiguieron que me evadiera de mi desgracia y, durante un buen
rato, me centrara en su aparente síncope. Incluso vino una ambulancia y se lo
llevó al hospital. Todavía sigue allí. Qué grande.
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