Todas las mañanas, temprano, abro los ojos y respiro. Es habitual que se
me conceda un nuevo día, ya que, lamentablemente, de nada sirve mi voluntad reiterada
por alcanzar la muerte. La he probado tantas veces… La disfruto como un sueño,
por eso deseo no estar presente en esta realidad humana, y sí estar sometido al
sosiego perenne del trance divino. El tiempo que permanezco en vida lo dedico a
quitármela, sin apegos; ya sea a través de armas, precipitándome al vacío o
postrándome en la cama a la espera de que surta efecto el veneno. ¿Lo
entiendes, cariño mío?
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