Elegí
ser una roca porque era la opción más compleja. Tenía otras alternativas: ser una
flor, un pájaro, un insecto, un animal, un humano… Pero no; nada de eso. Tanta
vida intimidaba, y la consideraba sobrevalorada en demasía. Quería hacerme
visible en sustancia mineral, pétrea, más o menos dura y compacta; yacer como
un elemento inerte y silencioso de la naturaleza. Eso es lo que quería, y
sentir –sí acaso se podía– como las gotas de lluvia y el paso del tiempo
excavaban oquedades en mi materia, para formar parte de un bello paisaje y
subsistir como una singular ruina.
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