Entre
estas cuatro paredes –rectifico, seis, hay techo y suelo, gracias a Dios–, doy
rienda suelta a mi imaginación. Quizás demasiado. La barba me ha crecido y no
me he dado ni cuenta. Seguramente huelo mal, solo me lamo un poco por las
mañanas. ¿Por qué debemos lavarlo todo con agua? Prefiero humedecerme con el
rencor y el desprecio de mi saliva, y crear una versión de mí mismo nunca
vista. Expresar alegría se ha vuelto imposible, igual que mezclar estos colores
de mierda. Odio la música de fondo que me pongo, aunque me alimenta; me hace
superior, cruel, lívido de furia. Y remueve en mí el vicio; ese mismo que tuve
con las máquinas tragaperras.
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