El
señor que busca su sosiego lleva un jersey de colores imposibles. Sus ojos son
de buena persona, algo tristones, de cejas angulosas que proyectan ternura.
Está con amigos, escuchando una conversación de la cual no sabe mucho. Más bien
nada. Pero disimula. Asiente con la cabeza como si tuviera alguna opinión al
respecto, y, en algún momento, dice algo. «Mejor haberme callado», piensa. Se siente
mal de ser como es, de su fragilidad, de su ignorancia, de ese desasosiego que no entiende. Pero sabe algo: el miedo que lo acecha no es malo,
solo un aviso para el alma.
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