Me
gusta observar como mi madre escribe un mensajito por el móvil. Se lo he dejado
porque quiere enviarle un whatsApp a mi hermana. Se acomoda en su viejo butacón
de realizar labores y lo redacta poco a poco, con un dedo, poniendo los cinco
sentidos. Seguramente acabará lleno de faltas de ortografía, de esas tan
escandalosas que dañan la vista. Pero no importa. Viéndola, ahí, toda puesta,
se me inundan las pupilas y el alma. Me derrito. Porque todo en ella me provoca
ternura; la añoro en vida y no puedo evitar que me palpite la nostalgia del
ahora.
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