Cada
cual puede fabricar su espacio de detritus. Yo
tengo una habitación que he ido llenando de recortes de revistas, fotos, posters,
postales, anotaciones, recibos, documentos… Todo aquello acumulable que puede
engancharse en las paredes y el techo con una chincheta. También he ido
embutiéndola de trastos y objetos inservibles, restos de comida, botellas
vacías y marcas biliosas producidas durante las noches virulentas. Es un santuario
de desperdicios orgánicos, un espacio donde fusionarse con esa esencia, y ya está
a un nivel tan coherente, impenetrable y compacto que cuando se consigue uno se
da cuenta de que no tiene límites.
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