Declinaba triste la luz de la
tarde cuando Germán, tras permanecer cerca de un año en coma, recordó que le
gustaban las chicas musculosas. Al despertar, lo primero que su adormecido cerebro consideró fue, curiosamente, su canon ideal de belleza: féminas exuberantes de
cuerpos magros sin celulitis, con la piel literalmente pegada a los músculos; bronceadas,
sometidas a duros entrenamientos para conseguir que sus curvas y sus
extremidades –tanto superiores como inferiores– estuvieran bien definidas,
tonificadas y adquirieran la volumetría propia de las que viven por y para el
culto al cuerpo; de facciones angulosas, glabela prominente y sonrisa nívea.
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