Los mejores helados de casquería
se elaboraban en «Sangrasangra», una conocida franquicia que trabajaba con las
mejores reses y los más destacados matarifes del despiece y el degüello. Los Borriguez,
ascendientes de una conocida estirpe de charcuteros, despachaban sus singulares
tarrinas de mantecado en ese marcado territorio de matanza. Entre las consumiciones
más demandadas, había varias combinaciones estrella: la bola de zarajos de
cordero con la de sesos de tocino, y la de criadillas de ternero con la de morteruelo
de Cuenca; una fusión perfecta para los más golosos. El granizado de mollejas
de pollo, por su refrescante sabor y su agradable textura, era el refresco preferido
por los niños. Y para los que estaban dispuestos a dejarse sorprender por los más
afrodisiacos despojos, estaba la opción del estimulante y colosal cucurucho de
rabo de toro.
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