Quien no aprecia (o hace
desprecio) a la persona que más quiero, mina de rabia mi alma y hace que
explosionen mis adentros. Quien se muestra desconsiderado, no perdona sus
imperfecciones y no valora su infinita bondad, activa en mí un modo de convivencia
automático. Si, repetidas veces, siento como la aplastan con desaires e
intentan hundirla constantemente con su infecta arrogancia, puede que a esas malas
personas les esboce una sonrisa y les ponga mi mejor cara, e incluso les diga lo
que necesiten escuchar cuando vivan sus peores momentos, para que jamás intuyan la repulsa que me dan.
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