Debía abandonar la casa tan
deprisa que no estimó qué llevarse, qué dejar, qué era importante… Ante esa extrema
situación, su reacción no fue otra que sentarse en el cómodo butacón de su estudio,
reclinarlo totalmente hasta quedarse tumbado boca arriba y, ajeno a los gritos
que se oían desde fuera, abandonarse al caos de la zozobra y al polvo del
derrumbe. Con las primeras vibraciones, su lánguida mirada siguió el movimiento
pendular de la lámpara del techo; no tardaría en descolgarse. Pero, antes de lo
ineludible, quedó hipnotizado por ese suave vaivén que lo sumió en un profundo
sueño.
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