Escribo diariamente
sobre lo que trasciende en mí; no quiero guardarme la vida. Llevo cientos de
párrafos anotados en libretas: hechos profundos, anecdóticos, absurdos; sobre
el amor, sobre la mente, sobre la muerte, sobre la felicidad… Todos ellos son
un buen material para construir un relato basado en mí. Elijo algunos parágrafos
y los cruzo con otros, los combino. La realidad son fragmentos de nuestro
comportamiento, de nuestros traumas, de nuestros deseos; son porciones de vida
que añadimos paulatinamente en nosotros para formar una biografía, una
existencia, un todo que va completándose. Luego me limito a hacer presión sobre
un argumento y, entre líneas, sugiero el fondo que quiero transmitir. Es
imposible inventar algo nuevo. Mi sistema es construir una especie de cadáver
exquisito; una composición de trozos distintos de realidad que luego modelo con
la imaginación para alcanzar una versión original.
El último párrafo que he escrito en mi
libreta va sobre una cita con dos chicas. Dos compañeras de trabajo. Una
treintañera y una cincuentona; y yo, un cuarentón. A pesar de la diferencia de
edad, nuestro comportamiento fue en la misma dirección. Bebimos bastante y variado.
Para empezar cerveza, vino blanco y dos tapas riquísimas de pulpo; en otro
lugar, cava y un suculento postre que consistía en la degustación de distintos chocolates;
y después, para rematar, dos gin tonics por cabeza. Fue suficiente para que
ellas cogieran una buena cogorza y perdieran el conocimiento. Yo seguí bebiendo chupitos de colores para llegar a su penoso estado de embriaguez. Quería ser otro, pero solo pude
sonrosar mis mejillas y teñirlas de alegría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario