Las razones que motivan a acabar con la vida de otras personas pueden
ser varias. Es importante que al principio, cuando te inicies, sean argumentos
sencillos, no es preciso buscar cierta sofisticación para que la acción tenga valor.
Por ejemplo, puedes matar porque no tengas nada mejor que hacer o estés
aburrido; también porque quieras dedicarte plenamente al arte de matar, como si
fuera un oficio al que es importante dedicar sus horas. Matar por matar está
bien, es válido, pero yo te recomendaría que buscaras algún precepto sencillo
que te diera más juego. Va bien ponerse alguna regla o cumplir algún aspecto
que tú mismo puedas establecer. Si quieres puedo decirte lo que hice yo.
¿Quieres?... ¿Si?... Venga, va, te lo cuento porque eres tú, ¿eh?
Yo me centré en un pueblo concreto. Elegí uno del norte de Castellón
que tiene bastante turismo en verano. Me gusta que haya mucha gente, así puedo
elegir. No voy a decirte qué pueblo elegí; eso, en realidad, no tiene importancia.
El caso es que decidí que mis víctimas fueran siempre hombres, con barba y que
predominara el color azul en su vestimenta. Esa fue la norma que me impuse para
matarlos de lejos, escondido, y con una pistola. ¿Qué te parece? Si, además de
cumplirse esas características, los susodichos eran calvos y llevaban riñonera,
mi compromiso era acercarme a ellos por la espalda y darles muerte
acuchillándolos con un machete. ¿Qué? ¿Cómo te quedas? Mola, ¿eh? De esta
manera, con ingeniosas pautas, se incentiva
el entretenimiento y la motivación es máxima. Hazme caso.
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