Las
palabras se volvían huecas y sin significado cuando el señor obsesivo las
repetía compulsivamente. Elegía un sustantivo sencillo; por ejemplo «silla», e
incidía en él verbalizándolo al menos cuarenta veces: silla, silla, silla,
silla… Hacia lo mismo con una palabra más relevante; «amor»: amor, amor, amor,
amor…Las pronunciaba tantas veces seguidas que acababan perdiendo el sentido y
su alcance. Pasaba lo mismo con los
verbos, los adjetivos, los adverbios e incluso las frases sencillas como «mi
mamá me mima». De las oraciones subordinadas ni hablemos, pues eran más complejas
y, dependiendo del día, se las llevaba el viento.
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