Esa
mujer con taconazos y excesivamente maquillada ganaría más tapada que con ese vestido
corto de seda. Su corpulenta apariencia estorba a la vista; cruza las piernas
sin gracia y se rasca la entrepierna. Se ha sentado en uno de los taburetes de
la barra, sofocada, impostando una ridícula voz femenina que alerta al barman
de un asunto peliagudo. Con estupor le comenta que el baño ha quedado atascado
por algo sobrehumano. Sugiere que lo solucionen cuanto antes y, aunque haya salido
del excusado hace apenas un momento, por favor, no piense que de tal fechoría tenga
algo que ver ella.
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