miércoles, 1 de abril de 2020

EL CAMBIO


19ª crónica de un confinamiento improvisado

Un buen bigote pide trabajo, constancia, un cuidado especial y una larga espera. Puedo volcarme en eso mientras dura el confinamiento. Dejaré que me crezca. 
  He acabado de convencerme esta mañana al observarme frente al espejo, paralizado ante la sensación de querer estornudar y no poder hacerlo. Es inquietante cuando eso pasa. De golpe, la convulsión se frena y no podemos arrojar el aire que hemos inspirado de manera involuntaria, como si una leve corriente de aire entrara por las fosas nasales y quisiera hacer coquillas a las mucosas. La cuestión es que, durante esa breve e incómoda interrupción, he visto como mi labio superior se llenaba de pequeños pliegues. La edad no perdona y nos llenamos de imperfecciones y de arrugas, y más en esa zona orbicular tan sensible a contraerse. Son las patas de gallo de la boca. A la hora del crecimiento del vello, la barba y el bigote deben ir siempre de la mano, el uno sin el otro no tiene sentido. Si por mí fuera solo me dejaría el mostacho, pero es imposible. Trataré de buscar un diseño que vaya con mi personalidad. Hay muchos tipos. Bigote inglés, bigote francés, bigote en herradura, bigote rizado, bigote de cepillo, bigote ruso, bigote Fu manchú, bigote Dalí, bigote Cantinflas… Quiero que sea frondoso, tupido, con mucho pelo. Si todo va bien podré lucirlo a finales de junio, antes de que llegue el verano. Debe ser un bigote moderno, carismático, para personas seguras de sí mismas que buscan hacer notar su presencia, y, por supuesto, que cubra las evidentes estrías formadas por el paso del tiempo. Así, cuando acabe todo esto del coronavirus habré cambiado y la gente que ha pasado meses encerrada podrá admirar mi nueva imagen.  

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