domingo, 12 de abril de 2020

ACTO BAUTISMAL


30ª crónica de un confinamiento improvisado


Treinta días ya. Un mes en casa y sigo aseándome con el viejo recipiente de porcelana que perteneció a mis abuelos. Cada mañana me meto en la bañera y chapoteo en el agua templada que lo colma. El paso de los días se convierte en un volver a nacer. Me recuerda al Día de la Marmota que transcurre en aquel maravilloso film de los noventa, Atrapado en el tiempo, donde el protagonista, Bill Murray, está condenado a la repetición del mismo día un pequeño pueblo de Pennsylvania.
El desfasado modo con el que me lavo diariamente no es propio de los avances de nuestro tiempo, sin embargo, mis fuerzas y mi energía se ven renovadas gracias a esta palangana y al cazo donde caliento el agua. La situación hace que considere mi higiene como un curioso acto bautismal y, en mi mente, me vea a orillas del río Jordán donde Juan Bautista bautizó a Jesús. Quizás, estos días, por coincidir con la Semana Santa y hallarme recluido entre cuatro paredes, hacen que viva esta fantasía con más intensidad y sienta la solemnidad por verme en la misma tesitura que Jesús de Nazaret.
No pretendo restarle trascendencia a este episodio que se relata en el Nuevo Testamento, pero, tras lavarme las zonas íntimas y las más inaccesibles, alzo la palangana sobre mi cabeza y dejo que el agua jabonosa se derrame por mi cuerpo. Es una epifanía reservada que transcurre en el lugar más sagrado de mi casa. Nadie más puede dar fe de ello porque no participa ningún acólito, ni ángeles ni santos, únicamente mi soledad y yo. El culto a mi ser es mantener limpia mi sustancia física y mi alma. Así, los fieles que lo deseen podrán repasar en mis escritos las penitencias que tuve que pasar durante la condena hogareña.
De modo que hoy, Domingo Santo, día 12 de abril de 2020 y año del COVID-19, un servidor, confiado en que el alma y la materia forman una unidad y seducido por la idea de que la verdad reside en espiritualizar lo corpóreo, hace constar en su treintava crónica de un confinamiento improvisado que sigo sobreviviendo y renaciendo cada día en mi casa, a pesar de la terrible pandemia y del termostato averiado. 

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