domingo, 24 de mayo de 2020

FELIZ CUMPLEAÑOS


Desde la terraza donde se halla entorna la mirada bajo sus lentes y observa obnubilado la línea del horizonte; el mar es una inmensa alfombra verdosa de vaivenes marinos, una balsa de apariencia aceitosa que se impregna en su cerebro. Y no consigue escapar de las reflexiones que lo delatan como un ser frágil, inocente y confiado, pues, a sus cuarenta y cinco años recién cumplidos, aún cree que hay algo de especial en su manera de entender el mundo.
No cabe duda de que es hijo de las doctrinas económicas por haber nacido en una época en que lo material se cuantifica con dinero. No obstante, él planea como un águila sobre el valor que la sociedad determina a las cosas a través de las alas de su pensamiento idealista. El mundo se queja al otro lado de esa línea que divide el cielo del mar, sin embargo él se resiste a pensar que el talento y las cualidades individuales puedan tasarse como si fueran una patata o cualquier otro producto mercantil, y descarta el recurso podrido de aquellos que proclaman como sabios: tanto tienes, tanto vales; como si el ser estuviera en función de los ingresos tangibles o las riquezas gananciales.
En estas cuestiones se halla mientras se toma un café, sumergido en las profundidades de su conciencia y vislumbrándose como un pez, un mero mero que no da importancia al dinero. Quizás por no ser lo suficientemente grande o no tener el coraje para zamparse a otro más pequeño. Esa es la premisa: aplasta y ten en cuenta el dinero para triunfar. Su alma, hasta ahora, no ha incubado ningún tipo de negrura. Qué peligroso es ser honesto. A su edad debería tener en cuenta que ese estado de irrealidad es contraproducente. ¿A qué espera en madurar? Su inteligencia, si la tiene, nunca será sagaz y hábil en el arte del engaño; su esperanza en alcanzar metas, si es que se plantea alguna, jamás se verá ensuciada por la falsedad; su encanto, suponiendo que tenga alguno, no se mezclará con las malas costumbres que genera el vicio; y su osadía, permitidme que también dude de que la posea, ni en sueños la sustituiría por la tan necesaria hipocresía que rige la comedía humana.      

miércoles, 20 de mayo de 2020

DOS OJOS


Alguien, quien sea, me infunde el miedo para que entienda algo y recapacite. Gracias le digo. Pero en realidad aborrezco esos discursos ejemplarizantes y a las personas que los realizan por creer  que ascenderás hacia el conocimiento mientras te hacen descender a un sótano oscuro. Con gente así hemos nacido los cobardes miedosos. Yo lo he sido mucho. Quizás todavía. Vinculo los pinchazos en mis sienes y el picor de ojos a ese estado aprensivo y pusilánime carente de valor o entereza; también lo atribuyo a las lágrimas que me brotan cuando lloro por nada. Cada una de las gotas que segrega mi glándula lagrimal ayuda a limpiar y a lubricar mi ojo izquierdo, y a distribuir el oxígeno por toda la superficie. Cuánta magia hay en nuestro cuerpo y qué sabio es, ¿verdad? Sin embargo, únicamente es mi ojo izquierdo el que siempre rompe a llorar y a hacer pucheros. El derecho jamás se ha lamentado ni humedecido por nada, ni siquiera se ha irritado cuando le ha entrado alguna esquirla o algún cuerpo extraño rasguñando su córnea. Ni en esas situaciones dolorosas es capaz de mostrar su fragilidad y su sentir. Su mirada extraviada solo sabe fabricar legañas.

martes, 19 de mayo de 2020

LA DENTADURA


Miro la tele balanceándome lentamente sobre mi verticalidad. Me gusta estar de pie y cambiar de canal con rapidez, sin detenerme en su contenido. Un par de segundos en cada cadena son suficientes para que algo capte mi interés. El objetivo es perderme en la sucesión de imágenes que hago avanzar por medio del mando a distancia. Eso me relaja. Me convierto en un tonto feliz que, ante las inabarcables opciones que me ofrece la caja tonta, puedo escarbar en el vertedero de programas como una rata curiosa. Así me alimento de la basura que me ofrece la cloaca televisiva. Durante el día puedo ser prodigioso a través de lo excelso que me aporta el trabajo y cuando llega la noche desconecto para meterme de lleno en el barro de la vulgaridad de las emisiones en directo.
De repente llama mi atención la dentadura perfecta de una presentadora que dirige uno de esos programas verdulero. Retengo el canal y me fijo en la retahíla de dientes que sobresalen de su boca. Tanto las mujeres como los hombres que «trabajan» con su imagen parecen estar obsesionados por evocar cierta belleza a través de la dentadura. Será una moda que podrá tener cabida en su justa medida, pero la desmesura que observo en su blancura es demasiado eléctrica, de un blanco nuclear que me echa para atrás al tiempo que me hipnotiza. La dentadura parece estar recubierta y unificada por una funda de esmalte sin división interdental, como el protector bucal que suelen usar los boxeadores. En el plató, la presentadora mantiene una conversación con uno de los colaboradores. No sé de qué hablan. Solo aprecio la vocalización excesiva en cada una de las palabras que articula para que, en ese abuso, detectemos la maravilla. Así entiendo su coquetería. Entonces llega un momento que da paso a publicidad y, ante la cámara, adopta una sonrisa forzada y ridícula; tan grotesca como antinatural. Nadie le ha dicho que la estética nívea de sus piezas dentales es una chapuza que no casa con la sencillez de sus facciones. Buscar una perfección concreta desvirtúa la belleza global.

miércoles, 13 de mayo de 2020

SOY MUY FRANCO


Soy lo bastante sincero como para decir a quien sea lo que pienso. Es lo primero que dejo claro cuando conozco a alguien. Soy una persona clara, directa, rotunda, honesta, recta, decente, leal… No voy con medias tintas ni pamplinas ni paripés. Soy franco. Quizás demasiado. La verdad es mi opinión. Me define. Aunque sea provisional y caduque con el tiempo. Algunas veces podría ahorrármela porque, en realidad, no trasciende en nada importante, solo en mis ganas por verbalizarla y en sentir la descompresión de mi cuerpo. Me gusta eyacular palabras verdaderas, espontáneas, con el rigor que me ofrece la exquisitez del lenguaje. Siento que es mi obligación. Ya está bien de llenar este mundo que zozobra con palabras fatuas e innecesarias. La confesión desahoga mi alma. No puedo fingir ni ocultar la exaltación cuando me reconcome el sentimiento arrollador de la verdad. Sin embargo, sé que no existen las educaciones perfectas. Supongo que la mía tampoco lo es, ya que a menudo mi ardor se confunde con una actitud infantiloide y mezquina. Pero me da igual. Siempre diré lo que crea oportuno a quien sea y cuando sea. Es una mala época para las relaciones humanas. Espero que no os moleste ni que os sintáis decepcionados. Soy así. Pura sinceridad. De lejos soy como todos, pero de cerca muestro mis particularidades y mis contrastes; mis sombras, mis secretos, mis falsedades. En mis palabras siempre encontraréis pureza e integridad. Nadie puede poner en duda lo que pienso o siento. 

lunes, 4 de mayo de 2020

BICHO LITERARIO


52ª crónica de un confinamiento improvisado


La crónica de hoy va a ser la última.
A modo de colofón voy a utilizar el mismo epílogo que escribí para un proyecto de novela corta que acabé hace unos meses y titulé Autorretrato de un bohemio sin cabeza. Espero que algún día podáis leerla.

Estas cincuenta y dos crónicas que he escrito a lo largo de esta epidemia global, en realidad, no han pretendido ser un diario. Más bien un ejercicio creativo. Párrafos sueltos e inconexos que trataban de buscar la sencillez a través de la mezcla de cosas que he vivido y otras que, evidentemente, no. He ordenado un caos y lo he organizado como quien hace una mudanza o mete sus cosas en cajas. He estructurado los textos en breves episodios, con un título sugerente y una imagen que fuera un guiño divertido de mí mismo, y lo escrito que combinara la ficción con el peso testimonial de la confesión, sin recurrir a una trama lineal o al artificio que a veces suponen los géneros literarios. Cuando uno trata de olvidar lo aprendido e inventa historias se crean caminos peligrosos y reacciones nunca vistas. 
Yo no sé muy bien por qué he realizado este experimento. Supongo que para comprender algo de mí mismo, tal vez para descubrir mi voz y para hacer trabajar a mi cerebro: un montoncito de grasa de kilo y medio de peso.
Cada día, durante un rato, he focalizado la atención en una hoja de papel en blanco. Espontaneidad y disciplina. Esa ha sido mi premisa. Me he sentido vacío, plagado de olvidos. Entonces ha aparecido la conciencia, la que siempre ha estado ahí, detrás de todo, detrás del cuerpo y de la mente. Y sin calcular nada, solo a través de los sentidos y mis pensamientos, he tratado de divertirme y de componer esta especie de bicho literario.

domingo, 3 de mayo de 2020

LOS DE ARRIBA

51ª crónica de un confinamiento improvisado

A nivel global es ahora cuando el mundo empieza a torcerse. El ecosistema integral del planeta está afectado por un virus que no entiende de fronteras. Sé que el amor es una palabra excesiva que a veces da asco. Pero hay muchos tipos de amor y creo que lo importante en casos extremos como este es aplicarlo honesta e individualmente de la manera más limpia y transparente. Hoy que es 3 de mayo hablaré de mi madre por ser su día. El de todas. Ella siempre ha sido de ir a los mercadillos de los lunes a buscar ilusión. Le encanta comprar metros de tela en las paradas. Busca y rebusca estampados bonitos para luego hacerse un suéter o una chaqueta o una blusa. Cuando lo encuentra es feliz. Le gusta mucho coser. Es su gran pasión. Ahora no hay mercadillo. Sería una irresponsabilidad por parte de todos. Pero ella ha echado mano de los retales que guarda en cajas y de la ropa vieja que no usa para seguir con lo que más le gusta. Lleva cosidas un montón de mascarillas con un relleno especial que han puesto a su disposición. Yo voy con una mascarilla estampada con los dibujos que veía de pequeño. Es una chulada. También los vecinos y amigos del barrio llevan una hecha por ella. Mi madre dice que vamos tan a ciegas por la vida que no detectamos el misterio que se encierra en ella. Que hasta los perros detectan el misterio. El miedo debería transformarse en amor para que todo vaya bien, me dice. Sin embargo, ella que ve esperanza donde otros se hundirían, afirma que solo saldremos de esta si nos ayudan los de arriba. 

sábado, 2 de mayo de 2020

RADIOGRAFÍA FACIAL


50ª crónica de un confinamiento improvisado

Esta mañana, al mirarme en el espejo, me he visto ojeroso, con papada, feo, gordo, descuidado, con pelambrera en la nuca y en las orejas, y también con pelos demasiado largos asomándose por mi nariz. Con el pulgar y el índice he vuelto a meterlos en su sitio. Es curioso que los orificios nasales tengan el tamaño que tienen. Seguro que Dios los diseñó así para meter los dedos dentro, parecen hechos a medida. La mirada es perversa; la mía siempre evalúa. Ahora toca hacerme una descripción física de mi cara. La veo grotesca, deforme, sin angulosidades, con un cuello de morsa marina. Sería un buen bocado para cualquier alimaña salvaje. Sin embargo, no me veo sucio como otras veces. Claro, será porque ahora me ducho más que menos. La calvicie siempre ha sido progresiva, no me ha dado sorpresas, pero mi cuerpo se ha transformado en  pocos años. He perdido la posición vertical y mis masas se han aflojado. Y no me han funcionado las dietas; da igual que comas algas que frotes de soja. Influye mucho el metabolismo de cada uno, me digo. O, más bien, el «bolismo» que otorga la bollería, me replico. Lo pómulos han perdido su tensión y han pasado a ser directamente carrilleras de cerdo, carne esponjosa que, entre mis dedos, puede estirarse como un blandiblu, un moco verde escurridizo. Arrugas no tengo, por ahora, solo cuando achino los ojos, pero, para compensar, me han puesto gafas. He perdido bastante vista. Parezco un escritor ruso. Soy una cara de pan con lentes que se inclina frente el espejo para comprobar como su fisionomía da algo de pena. Mi carcasa ha cambiado, de eso no cabe duda, se ha transformado en una vaina sin brillo y en una molla trémula, en un trapo de cocina gastado y en un amasijo de huevos revueltos recubiertos por una epidermis que ha sufrido los efectos secundarios del paso del tiempo. A partir de los cuarenta los días mal plegados se han ido sumado sin compasión a mis facciones, y los latidos de mis sientes han ido perdiendo intensidad. Así es la vida. Pero lo cierto es que antes daba gusto verme en pelota picada.

viernes, 1 de mayo de 2020

EL BINOMIO FANTÁSTICO


49ª crónica de un confinamiento improvisado


Espontaneidad y disciplina. Eso puedo ofrecerlo. Me es cercano. Ambos conceptos, aunque parezcan alejados entre sí, se complementan muy bien, son combinables, al menos en el terreno creativo. Esta dualidad contrapuesta me recuerda al binomio fantástico que algunos manuales de escritura creativa aconsejan para activar la imaginación.
Hoy he empezado a fumar. Ayer fui al estanco y le pedí a mi amigo Ramírez, el encargado del establecimiento, que me vendiera un paquete de cigarrillos para iniciarme en el arte de tragar y exhalar humo. Nunca he sentido el mínimo impulso por fumar, pero he querido probarlo para sentir en mi carne la contraposición de conceptos. Igual he nacido para disfrutar del tabaco y nunca lo hecho por mi tendencia a la inapetencia.
Esta mañana, tan pronto me he levantado de la cama, me he enchufado un cigarro y he empezado a dar caladas. La gracia está en tragarse algo del humo. Pero no me ha gustado. Me he mareado. Aun así, no he querido darme por vencido. Muchas veces escuchamos un disco nuevo de algún grupo o cantante y, de primeras, nos cuesta conectar con su música pero, a fuerza de escucharla y ser perseverantes, al final, conectamos y nos encanta. Hay pocas cosas que nos gusten de entrada. ¿Quién no ha rechazado la cerveza la primera vez que la probó? Yo no podía con su sabor amargo y ahora soy adicto a ella. Necesitamos insistir en las cosas para que nuestro cerebro asimile y entienda que, si se es firme, prácticamente todo puede convertirse en un hecho placentero.
No voy a dejar de fumar. Me esforzaré en aspirar y en exhalar humo cada día. Ramírez me ha dado una marca suave que, al apretar la boquilla, el sabor del tabaco toma un regusto mentolado y se hace más llevadero. He apurado mi primer cigarro dando vueltas en mi taburete rotatorio, como si estaría subido a un tiovivo de feria. Ahora me arrepiento de esa actitud infantiloide. Náuseas y arrojos sin tener nada en el cuerpo. Ese ha sido mi premio. No he podido evitar sacar la bilis. Mi nefasta ocurrencia ha incentivado aún más mi malestar y he acabado por los suelos, pálido, desvalido, y sin fuerzas para nada. Pero ha valido la pena. Un fondo de Mahler se repetía de forma continua en mi cabeza.