viernes, 3 de abril de 2020

AHORA QUÉ, HUMANOS


21ª crónica de un confinamiento improvisado


Hace un tiempo una enfermedad invisible apuntaba mi sien con un revolver. Lo hizo cada día durante un año. Y me advertía: te voy a disparar en cualquier momento y vas a caer. Yo intentaba sonreír pero no podía. Era un estado agotador. No vives. Sobrevives. Me acostumbré a sufrir en una parte de mi ser y a seguir creando en otra. No sientes ni aceptas lo que haces, y da igual que te dediques a lo que siempre has deseado. El reto era controlar la amargura psicológica y el dolor emocional sin intuir dónde estaba la fractura. Ojalá tuviera una pierna rota, me decía. Pero eso ya pasó. Hubo una solución que, evidentemente, no solo estaba en mí. Todos tenemos dos hemisferios que conviven. Y estos son más evidentes si una pandemia nos obliga a quedarnos en casa encerrados.   
Hoy me he levantado con ganas de escribir un poema, de atreverme con la poesía, por qué no, ya no tengo tanto miedo a las palabras como antes. Son medias verdades que si se juntan adecuadamente conectan con un tercer hemisferio o cuarto o quinto, y, si la combinación es sugerente, se convierten en pura magia.
Oigo a las ocas desde mi casa, incluso con la ventana cerrada. Graznan con la voz del diablo. Se ríen. Ese podría ser el tema del poema. Unas aves que se cachondean de lo que nos pasa a los humanos. Se pavonean por las calles sin ser pavos y se sienten las reinas del territorio. Ahora lo dominan todo y se presagian como los verdaderos habitantes del pueblo. Van por la carretera, por el asfalto de líneas discontinuas donde deberían circular los vehículos, haciendo sonar el claxon vulgar de su ruidosa risa. ¡Cua-cua-cua! Sacan pecho, estiran sus cuellos y mueven violentamente su plumaje. Farfullan encaradas a la gente que está asomada en los balcones y las ventanas, como si quisieran decirles: ahora qué, humanos.  

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