martes, 31 de marzo de 2020

ZIHUATANEJO


18ª crónica de un confinamiento improvisado

Sigo comprobando si hay cartas en mi buzón. Supongo que es la costumbre. Bajo al portal, abro el apartado y lo palpo. No hay nada. Luego lo cierro y subo las escaleras de dos en dos. Hace frío y llueve. Esta noche he soñado que se me deshacían las manos de tanto limpiármelas. Me las froto y le doy al play de mi reproductor. Tengo preparada la Sinfonía Fantástica de Berlioz, op.14. Me inspira. Ha de hacerlo. Escribo sin cortapisas, sin pensar mucho; ya corregiré después. Es un ejercicio automático de escritura que hace que mi cerebro conecte con las manos y estas con el mundo. Conectar con la realidad ahora es complicado. Vaya tiempo vivimos. Ya no se va al trabajo; al menos los que no tenemos una tarea esencial. Demasiados muertos. La cosa no pinta bien. Por eso aprovecho la música, para que me guíe, para construir nuevos paisajes en mi cabeza: prados de colores, sensaciones primitivas, expresiones fantasmagóricas, matices que invoquen la fuerza, figuras humanas que bailen al son de un terremoto. Qué sé yo. Lo que sea. Una banda sonora que resuene en las paredes de nuestra conciencia ha de permitirnos soñar. Tim Robins lo conseguía en Cadena perpetua interpretando a Andy Dufresne, un banquero acusado falsamente del asesinato de su mujer y condenado a cadena perpetua en la prisión de Shawshank. Recuerdo que ese año Forrest Gump se llevó todos los galardones de la Academia de Cine, pero, aun así, este clásico carcelario, por alguna razón extraña, fue ganando popularidad y, a día de hoy, veintiséis años después, sigue siendo una de las películas más aclamadas por el público y la crítica. El protagonista, un joven Tim Robins, soportaba mejor los días en la prisión con la Canzonetta Sull’aria de las Bodas de Figaro de Mozart en su cabeza. Otra de sus fijaciones era «Zihuatanejo», un pequeño pueblo en la costa mexicana del Pacífico, y una alentadora  frase que repetía a su amigo Red (Morgan Freeman): «empeñarse en vivir o empeñarse en morir». Ante la frustración y la decepción, qué lógica puede más. ¿Resignarse o soñar?
Sigo con la Sinfonía Fantástica de Berlioz. El sonido de las trompas me eriza el vello y me lleva a imaginar a un gorila en la penumbra que se mueve con agilidad al son de las melodías. Parece una pluma. Se viene arriba con los crescendos y se apaga con los diminuendos. Crea belleza. ¿Y qué somos los humanos? Pues eso. Frágiles plumas en el cuerpo pesado de una bestia que quiere abarcar al mundo. Pero eso ya no toca. Nunca ha tocado. Sin embargo, igual que Andy Dufresne en este magnífico film, cuando las cosas se tuercen, hay cosas a las que la gente necesita aferrarse. Yo lo hago a la música y a las formas divinas que últimamente adoptan las nubes. 

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