sábado, 28 de noviembre de 2020

VISIÓN

Desde la distancia en la que me hallo veo tres máculas negras en el centro de un panel cuadrado, y otra de un tamaño similar en el borde inferior de ese mismo panel. Al cabo de un rato aprecio leves desplazamientos de esas marcas, por lo que deduzco que no se trata de manchas o señales. Mi percepción puede ser engañosa, poco fiable. Así que sería osado por mi parte llamar «realidad» a lo que percibo, ya que puedo equivocarme. Sin embargo, después de hacer mis cábalas, si he de daros una respuesta, os diría que lo que distingo sobre el panel, lejos de cualquier otra posibilidad, son cuatro escarabajos. Tres dispuestos en el centro y uno que va a su bola, acercándose a ellos tímidamente.  

domingo, 22 de noviembre de 2020

APNEA

Sumergida en el mar puedo ordenar mis pensamientos y dotarlos de sentido; únicamente unos minutos, lo que dura mi apnea. Cuando subo a la superficie esas ideas se ovillan en mi conciencia y cambia su naturaleza. Así, lo que resulta evocador e ilusionante en el fondo, lo considero un caos sin sentido en el exterior. Me veo obligada a respirar, claro, entonces mi memoria proyecta imágenes difusas: una cabeza de elefante, un árbol arrancado de cuajo con sus raíces intactas, una casa misteriosa, una escalera que se va desplegando hacia otro mundo; también distingo pájaros, peces e insectos que se quedan atrapados en compactas nubes de algodón. Será mi imaginación. Seguro. Pero, ¿significará algo? ¿Debería ser cautelosa? El impacto con el oxígeno hace que me sienta incompleta, infeliz, y, por extraño que parezca, me ahogo. En cambio, mientras buceo todo se mueve a cámara lenta y consigo experimentar un ardiente deseo por una clase de molusco que pertenece a la familia de los bivalvos.

domingo, 8 de noviembre de 2020

ME PESAN LAS MALETAS

A la mayoría de la gente le gusta vivir donde vive. Si viajan es para volver al lugar donde están arraigados. Yo tengo un viaje, pero no me apetece hacerlo. Solo es de ida. El paisaje de mi entorno es insuperable. Mi pueblo representa al mundo. Todo me recordará a él. Se respira lentitud y sosiego, y la rutina de los amaneceres aporta calidad a mis ideas. Este cambio va a dolerme. Intuyo curvas, frenazos y rotondas propensas al mareo. Hacer las maletas no va a dar marcha a mi alma. Siento el latido doloroso en mis sienes. Algo demasiado impuro está a la vuelta de la esquina. Sin embargo, espero que el cielo donde he de quedarme se esfuerce en ser como este. No sabré tener sentimientos en el porvenir de las selvas urbanas.  

jueves, 29 de octubre de 2020

EL SABOR RANCIO DE LAS PALABRAS

Unos «pies enlatados» huelen a berberechos rancios, a conserva en mal estado. Las palabras embutidas desprenden tufos y aromas. Algunas, al pronunciarse, hieden y otras resultan apetecibles. Depende de cómo se combinen. Yo, al morderlas con las fauces de mi imaginación, puedo determinar algo de su sabor. Me sacio degustándolas a través de mi mente. Sin embargo, los que acostumbran a bramar y a gruñir con el lenguaje, aseguran que ser malhablado aporta un plus gustativo a lo que decimos; más, incluso, que una voz correcta y un tono adecuado. Insultar a alguien con vehemencia y apasionamiento lleva a que las palabras se llenen de sustancia y no se conviertan en trozos insípidos de porexpán. Si pronunciamos con gravedad y trascendencia cualquier vocablo, por irrelevante que pensemos que este sea, nuestro paladar y nuestra lengua son capaces de saborear la magia de la sinestesia. 

viernes, 23 de octubre de 2020

EL PINTOR DE QUIMERAS

La alegría con la que entra en mi casa uno de los perros que he pintado se convierte en un hecho extraordinario. El animal pertenece al elenco de criaturas fantásticas de mi imaginario, por lo que existe una proximidad afectuosa y cordial. Lo percibo. La bestia se muestra tranquila y confiada. Olfatea mis piernas, el suelo, los muebles, aquello que va encontrando a su paso, y, en ese rastreo impulsivo, llega a mi estudio, al espacio donde almaceno mis cuadros. Se aproxima a ellos. Están apilados contra una de las paredes. Se muestra inquieto y los huele repetidas veces. Entonces, cuando deja de moverse, levanta su pata derecha y expulsa un líquido brillante que le mana de su entrepierna como en una fuente. Moja los cuadros y, ese contacto úrico, origina un vaho, una bruma espesa que tiene la fragancia del algodón de azúcar. Mi cara lo tolera como una atmósfera embriagadora, pero, poco a poco, se va condensando un vapor opaco y sombrío que dificulta mi visión. Presagio que lo representado en estos soportes alcance una dimensión tangible, real, una transformación, un cambio, una metamorfosis; y que otra de mis incontables criaturas cobre vida.   

lunes, 1 de junio de 2020

EL HOMBRE QUE RONCA

Hay un ser que duerme y ronca, que se despierta por el ruido de su tremebunda respiración. ¡Joder!, exclama refiriéndose al ronquido que lo desvela. Sus ojos no consiguen cerrarse de nuevo para conciliar el sueño, pero se queda en la cama echado boca arriba, tranquilo, con las manos entrecruzadas sobre el pecho. En la oscuridad huele el aire contenido de la habitación, el resuello caliente que sale de sus tripas. Percibe los leves latidos del órgano que lo mantiene vivo y el rumor incesante de la vieja nevera que descansa en la cocina. A estas débiles resonancias se une una retahíla de ruidos que el hombre determina con un ritmo, y los transforma en estímulos que llegan a su cerebro como una manera evocadora de crear música. Entre los accidentes sonoros se suma el silbido del viento y su azote contra las persianas; el cric-cric de los grillos; el circular de varios vehículos por el asfalto adoquinado de la calle; un despertador que suena de repente a través del patio de luces; el golpe seco de una puerta que se cierra; y algunas vibraciones imperceptibles que sigue emitiendo su cuerpo. Descontextualiza y regulariza esas fracciones de ruido en el pentagrama de su mente y crea un paisaje sonoro que interpreta como una bella sinfonía. Concibe un lenguaje que va más allá de la susceptibilidad musical y sus oídos captan un mundo repleto de microtonos y subdivisiones inclasificables. Su prodigio reside en eso. El silencio de la madrugada se rompe a través de continuas estridencias que irritarían a cualquiera. Sin embargo, a este hombre que respira gruñendo, esos sonidos inarticulados lo sumergen en el éxtasis más profundo de su alma; porque halla más arte en las expresiones ruidosas de la noche que en el canto de unas voces afinadas. 


domingo, 24 de mayo de 2020

FELIZ CUMPLEAÑOS


Desde la terraza donde se halla entorna la mirada bajo sus lentes y observa obnubilado la línea del horizonte; el mar es una inmensa alfombra verdosa de vaivenes marinos, una balsa de apariencia aceitosa que se impregna en su cerebro. Y no consigue escapar de las reflexiones que lo delatan como un ser frágil, inocente y confiado, pues, a sus cuarenta y cinco años recién cumplidos, aún cree que hay algo de especial en su manera de entender el mundo.
No cabe duda de que es hijo de las doctrinas económicas por haber nacido en una época en que lo material se cuantifica con dinero. No obstante, él planea como un águila sobre el valor que la sociedad determina a las cosas a través de las alas de su pensamiento idealista. El mundo se queja al otro lado de esa línea que divide el cielo del mar, sin embargo él se resiste a pensar que el talento y las cualidades individuales puedan tasarse como si fueran una patata o cualquier otro producto mercantil, y descarta el recurso podrido de aquellos que proclaman como sabios: tanto tienes, tanto vales; como si el ser estuviera en función de los ingresos tangibles o las riquezas gananciales.
En estas cuestiones se halla mientras se toma un café, sumergido en las profundidades de su conciencia y vislumbrándose como un pez, un mero mero que no da importancia al dinero. Quizás por no ser lo suficientemente grande o no tener el coraje para zamparse a otro más pequeño. Esa es la premisa: aplasta y ten en cuenta el dinero para triunfar. Su alma, hasta ahora, no ha incubado ningún tipo de negrura. Qué peligroso es ser honesto. A su edad debería tener en cuenta que ese estado de irrealidad es contraproducente. ¿A qué espera en madurar? Su inteligencia, si la tiene, nunca será sagaz y hábil en el arte del engaño; su esperanza en alcanzar metas, si es que se plantea alguna, jamás se verá ensuciada por la falsedad; su encanto, suponiendo que tenga alguno, no se mezclará con las malas costumbres que genera el vicio; y su osadía, permitidme que también dude de que la posea, ni en sueños la sustituiría por la tan necesaria hipocresía que rige la comedía humana.      

miércoles, 20 de mayo de 2020

DOS OJOS


Alguien, quien sea, me infunde el miedo para que entienda algo y recapacite. Gracias le digo. Pero en realidad aborrezco esos discursos ejemplarizantes y a las personas que los realizan por creer  que ascenderás hacia el conocimiento mientras te hacen descender a un sótano oscuro. Con gente así hemos nacido los cobardes miedosos. Yo lo he sido mucho. Quizás todavía. Vinculo los pinchazos en mis sienes y el picor de ojos a ese estado aprensivo y pusilánime carente de valor o entereza; también lo atribuyo a las lágrimas que me brotan cuando lloro por nada. Cada una de las gotas que segrega mi glándula lagrimal ayuda a limpiar y a lubricar mi ojo izquierdo, y a distribuir el oxígeno por toda la superficie. Cuánta magia hay en nuestro cuerpo y qué sabio es, ¿verdad? Sin embargo, únicamente es mi ojo izquierdo el que siempre rompe a llorar y a hacer pucheros. El derecho jamás se ha lamentado ni humedecido por nada, ni siquiera se ha irritado cuando le ha entrado alguna esquirla o algún cuerpo extraño rasguñando su córnea. Ni en esas situaciones dolorosas es capaz de mostrar su fragilidad y su sentir. Su mirada extraviada solo sabe fabricar legañas.

martes, 19 de mayo de 2020

LA DENTADURA


Miro la tele balanceándome lentamente sobre mi verticalidad. Me gusta estar de pie y cambiar de canal con rapidez, sin detenerme en su contenido. Un par de segundos en cada cadena son suficientes para que algo capte mi interés. El objetivo es perderme en la sucesión de imágenes que hago avanzar por medio del mando a distancia. Eso me relaja. Me convierto en un tonto feliz que, ante las inabarcables opciones que me ofrece la caja tonta, puedo escarbar en el vertedero de programas como una rata curiosa. Así me alimento de la basura que me ofrece la cloaca televisiva. Durante el día puedo ser prodigioso a través de lo excelso que me aporta el trabajo y cuando llega la noche desconecto para meterme de lleno en el barro de la vulgaridad de las emisiones en directo.
De repente llama mi atención la dentadura perfecta de una presentadora que dirige uno de esos programas verdulero. Retengo el canal y me fijo en la retahíla de dientes que sobresalen de su boca. Tanto las mujeres como los hombres que «trabajan» con su imagen parecen estar obsesionados por evocar cierta belleza a través de la dentadura. Será una moda que podrá tener cabida en su justa medida, pero la desmesura que observo en su blancura es demasiado eléctrica, de un blanco nuclear que me echa para atrás al tiempo que me hipnotiza. La dentadura parece estar recubierta y unificada por una funda de esmalte sin división interdental, como el protector bucal que suelen usar los boxeadores. En el plató, la presentadora mantiene una conversación con uno de los colaboradores. No sé de qué hablan. Solo aprecio la vocalización excesiva en cada una de las palabras que articula para que, en ese abuso, detectemos la maravilla. Así entiendo su coquetería. Entonces llega un momento que da paso a publicidad y, ante la cámara, adopta una sonrisa forzada y ridícula; tan grotesca como antinatural. Nadie le ha dicho que la estética nívea de sus piezas dentales es una chapuza que no casa con la sencillez de sus facciones. Buscar una perfección concreta desvirtúa la belleza global.

miércoles, 13 de mayo de 2020

SOY MUY FRANCO


Soy lo bastante sincero como para decir a quien sea lo que pienso. Es lo primero que dejo claro cuando conozco a alguien. Soy una persona clara, directa, rotunda, honesta, recta, decente, leal… No voy con medias tintas ni pamplinas ni paripés. Soy franco. Quizás demasiado. La verdad es mi opinión. Me define. Aunque sea provisional y caduque con el tiempo. Algunas veces podría ahorrármela porque, en realidad, no trasciende en nada importante, solo en mis ganas por verbalizarla y en sentir la descompresión de mi cuerpo. Me gusta eyacular palabras verdaderas, espontáneas, con el rigor que me ofrece la exquisitez del lenguaje. Siento que es mi obligación. Ya está bien de llenar este mundo que zozobra con palabras fatuas e innecesarias. La confesión desahoga mi alma. No puedo fingir ni ocultar la exaltación cuando me reconcome el sentimiento arrollador de la verdad. Sin embargo, sé que no existen las educaciones perfectas. Supongo que la mía tampoco lo es, ya que a menudo mi ardor se confunde con una actitud infantiloide y mezquina. Pero me da igual. Siempre diré lo que crea oportuno a quien sea y cuando sea. Es una mala época para las relaciones humanas. Espero que no os moleste ni que os sintáis decepcionados. Soy así. Pura sinceridad. De lejos soy como todos, pero de cerca muestro mis particularidades y mis contrastes; mis sombras, mis secretos, mis falsedades. En mis palabras siempre encontraréis pureza e integridad. Nadie puede poner en duda lo que pienso o siento. 

lunes, 4 de mayo de 2020

BICHO LITERARIO


52ª crónica de un confinamiento improvisado


La crónica de hoy va a ser la última.
A modo de colofón voy a utilizar el mismo epílogo que escribí para un proyecto de novela corta que acabé hace unos meses y titulé Autorretrato de un bohemio sin cabeza. Espero que algún día podáis leerla.

Estas cincuenta y dos crónicas que he escrito a lo largo de esta epidemia global, en realidad, no han pretendido ser un diario. Más bien un ejercicio creativo. Párrafos sueltos e inconexos que trataban de buscar la sencillez a través de la mezcla de cosas que he vivido y otras que, evidentemente, no. He ordenado un caos y lo he organizado como quien hace una mudanza o mete sus cosas en cajas. He estructurado los textos en breves episodios, con un título sugerente y una imagen que fuera un guiño divertido de mí mismo, y lo escrito que combinara la ficción con el peso testimonial de la confesión, sin recurrir a una trama lineal o al artificio que a veces suponen los géneros literarios. Cuando uno trata de olvidar lo aprendido e inventa historias se crean caminos peligrosos y reacciones nunca vistas. 
Yo no sé muy bien por qué he realizado este experimento. Supongo que para comprender algo de mí mismo, tal vez para descubrir mi voz y para hacer trabajar a mi cerebro: un montoncito de grasa de kilo y medio de peso.
Cada día, durante un rato, he focalizado la atención en una hoja de papel en blanco. Espontaneidad y disciplina. Esa ha sido mi premisa. Me he sentido vacío, plagado de olvidos. Entonces ha aparecido la conciencia, la que siempre ha estado ahí, detrás de todo, detrás del cuerpo y de la mente. Y sin calcular nada, solo a través de los sentidos y mis pensamientos, he tratado de divertirme y de componer esta especie de bicho literario.

domingo, 3 de mayo de 2020

LOS DE ARRIBA

51ª crónica de un confinamiento improvisado

A nivel global es ahora cuando el mundo empieza a torcerse. El ecosistema integral del planeta está afectado por un virus que no entiende de fronteras. Sé que el amor es una palabra excesiva que a veces da asco. Pero hay muchos tipos de amor y creo que lo importante en casos extremos como este es aplicarlo honesta e individualmente de la manera más limpia y transparente. Hoy que es 3 de mayo hablaré de mi madre por ser su día. El de todas. Ella siempre ha sido de ir a los mercadillos de los lunes a buscar ilusión. Le encanta comprar metros de tela en las paradas. Busca y rebusca estampados bonitos para luego hacerse un suéter o una chaqueta o una blusa. Cuando lo encuentra es feliz. Le gusta mucho coser. Es su gran pasión. Ahora no hay mercadillo. Sería una irresponsabilidad por parte de todos. Pero ella ha echado mano de los retales que guarda en cajas y de la ropa vieja que no usa para seguir con lo que más le gusta. Lleva cosidas un montón de mascarillas con un relleno especial que han puesto a su disposición. Yo voy con una mascarilla estampada con los dibujos que veía de pequeño. Es una chulada. También los vecinos y amigos del barrio llevan una hecha por ella. Mi madre dice que vamos tan a ciegas por la vida que no detectamos el misterio que se encierra en ella. Que hasta los perros detectan el misterio. El miedo debería transformarse en amor para que todo vaya bien, me dice. Sin embargo, ella que ve esperanza donde otros se hundirían, afirma que solo saldremos de esta si nos ayudan los de arriba. 

sábado, 2 de mayo de 2020

RADIOGRAFÍA FACIAL


50ª crónica de un confinamiento improvisado

Esta mañana, al mirarme en el espejo, me he visto ojeroso, con papada, feo, gordo, descuidado, con pelambrera en la nuca y en las orejas, y también con pelos demasiado largos asomándose por mi nariz. Con el pulgar y el índice he vuelto a meterlos en su sitio. Es curioso que los orificios nasales tengan el tamaño que tienen. Seguro que Dios los diseñó así para meter los dedos dentro, parecen hechos a medida. La mirada es perversa; la mía siempre evalúa. Ahora toca hacerme una descripción física de mi cara. La veo grotesca, deforme, sin angulosidades, con un cuello de morsa marina. Sería un buen bocado para cualquier alimaña salvaje. Sin embargo, no me veo sucio como otras veces. Claro, será porque ahora me ducho más que menos. La calvicie siempre ha sido progresiva, no me ha dado sorpresas, pero mi cuerpo se ha transformado en  pocos años. He perdido la posición vertical y mis masas se han aflojado. Y no me han funcionado las dietas; da igual que comas algas que frotes de soja. Influye mucho el metabolismo de cada uno, me digo. O, más bien, el «bolismo» que otorga la bollería, me replico. Lo pómulos han perdido su tensión y han pasado a ser directamente carrilleras de cerdo, carne esponjosa que, entre mis dedos, puede estirarse como un blandiblu, un moco verde escurridizo. Arrugas no tengo, por ahora, solo cuando achino los ojos, pero, para compensar, me han puesto gafas. He perdido bastante vista. Parezco un escritor ruso. Soy una cara de pan con lentes que se inclina frente el espejo para comprobar como su fisionomía da algo de pena. Mi carcasa ha cambiado, de eso no cabe duda, se ha transformado en una vaina sin brillo y en una molla trémula, en un trapo de cocina gastado y en un amasijo de huevos revueltos recubiertos por una epidermis que ha sufrido los efectos secundarios del paso del tiempo. A partir de los cuarenta los días mal plegados se han ido sumado sin compasión a mis facciones, y los latidos de mis sientes han ido perdiendo intensidad. Así es la vida. Pero lo cierto es que antes daba gusto verme en pelota picada.

viernes, 1 de mayo de 2020

EL BINOMIO FANTÁSTICO


49ª crónica de un confinamiento improvisado


Espontaneidad y disciplina. Eso puedo ofrecerlo. Me es cercano. Ambos conceptos, aunque parezcan alejados entre sí, se complementan muy bien, son combinables, al menos en el terreno creativo. Esta dualidad contrapuesta me recuerda al binomio fantástico que algunos manuales de escritura creativa aconsejan para activar la imaginación.
Hoy he empezado a fumar. Ayer fui al estanco y le pedí a mi amigo Ramírez, el encargado del establecimiento, que me vendiera un paquete de cigarrillos para iniciarme en el arte de tragar y exhalar humo. Nunca he sentido el mínimo impulso por fumar, pero he querido probarlo para sentir en mi carne la contraposición de conceptos. Igual he nacido para disfrutar del tabaco y nunca lo hecho por mi tendencia a la inapetencia.
Esta mañana, tan pronto me he levantado de la cama, me he enchufado un cigarro y he empezado a dar caladas. La gracia está en tragarse algo del humo. Pero no me ha gustado. Me he mareado. Aun así, no he querido darme por vencido. Muchas veces escuchamos un disco nuevo de algún grupo o cantante y, de primeras, nos cuesta conectar con su música pero, a fuerza de escucharla y ser perseverantes, al final, conectamos y nos encanta. Hay pocas cosas que nos gusten de entrada. ¿Quién no ha rechazado la cerveza la primera vez que la probó? Yo no podía con su sabor amargo y ahora soy adicto a ella. Necesitamos insistir en las cosas para que nuestro cerebro asimile y entienda que, si se es firme, prácticamente todo puede convertirse en un hecho placentero.
No voy a dejar de fumar. Me esforzaré en aspirar y en exhalar humo cada día. Ramírez me ha dado una marca suave que, al apretar la boquilla, el sabor del tabaco toma un regusto mentolado y se hace más llevadero. He apurado mi primer cigarro dando vueltas en mi taburete rotatorio, como si estaría subido a un tiovivo de feria. Ahora me arrepiento de esa actitud infantiloide. Náuseas y arrojos sin tener nada en el cuerpo. Ese ha sido mi premio. No he podido evitar sacar la bilis. Mi nefasta ocurrencia ha incentivado aún más mi malestar y he acabado por los suelos, pálido, desvalido, y sin fuerzas para nada. Pero ha valido la pena. Un fondo de Mahler se repetía de forma continua en mi cabeza.

jueves, 30 de abril de 2020

CONTENIDO POCO NETO


48ª crónica de un confinamiento improvisado

Modelar con los dedos las deposiciones que evacuamos como una  arcilla compacta es un acto repulsivo en sí mismo, pero, puestos a ser creativos y soeces, también es una labor susceptible a alcanzar un resultado artístico. Podría ser una experimentación meritoria con la escatología y lo efímero. Esta afinidad que tengo con las heces fecales es curiosa, no sé por qué recurro a ellas con tanta asiduidad, pero lo cierto es que siempre se ha manifestado como una tensión divertida que ha relativizado todo aquello que, en principio, se gana la etiqueta de admirable o excelso. Ya de niño recurría a la visión recurrente de reyes, obispos y familias de alta alcurnia cumpliendo con sus elevadas tareas para luego buscar el contraste imaginándolos en sus retretes descargando lo grotesco.
Había un artista italiano llamado Piero Manzoni que recogía sus excrementos y los envasaba al vacío en latas de metal. Luego adhería su correspondiente etiqueta con un texto: «Mierda de artista. Contenido neto 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada en mayo de 1961». Estaba escrito en diversos idiomas y con la firma del artista en la tapa para darle valor. Era un artista con renombre que había exhibió su obra en las galerías más famosas y en los mejores museos. Se le ubicaba dentro del arte conceptual, como no podía ser de otra forma, o del arte de acción, como bien evidenciaba su producción. Parece ser que llenó noventa latas con sus deposiciones y las vendió al peso de cotización que tenía el oro en aquel entonces. Lo cierto es que cuesta considerar esa acción como un hecho artístico, pero a mediados del Siglo XX Manzoni marcó tendencia.
¿Era mierda de verdad?
En esta supuesta hazaña cabía la posibilidad de que engañara al público y que todo fuera una gran mentira. ¿Quién estaba con él para comprobar su proeza? Lo más recurrente era pensar que introducía una bola de papel del peso marcado, treinta gramos, y luego decía que eran sus deposiciones. Pero nada de eso. No hizo trampa ni pretendía reírse del público con su insólita acción. Fue honesto –requisito indispensable para crear desde la verdad–, ya que, con el tiempo, algunas latas explotaron por la expansión de los gases.
Evidentemente, Manzoni produjo más obra sin atender a los rechazos biológicos de su cuerpo. Con su discurso creativo hizo una crítica burlona y sarcástica al mercado del arte, dispuesto a comprarlo todo a condición de que se estampara una firma.
Estos días la gente está especialmente creativa, hay talento y fantasía, el ingenio se les dispara y el sentido del humor que derrochan parece ser la mejor fórmula para combatir las adversidades. Ahora tenemos guantes y mascarillas para protegernos. A qué esperamos en dar forma al bloque de barro que crece en nuestro interior. Empezad modelando algo sencillo, una figurita o un muñequito, y luego, los más osados, los que aspiréis a tener vuestra esencia en una lata de conserva, haced lo mismo que Manzoni. 

miércoles, 29 de abril de 2020

CADÁVER EXQUISITO


47ª crónica de un confinamiento improvisado

¿Un gato francés maúlla igual que un gato español? ¿El maullar de los gatos es distinto dependiendo del país del que proceden ¿Y el ladrar de los perros?
Mis libretas están llenas de ocurrencias absurdas de ese tipo. Cuando algo capta mi interés, por muy tonto que sea, lo anoto. Pensamientos; ideas; palabras; frases que he leído en periódicos, revistas, libros; conversaciones… Todos los gérmenes de la creación son susceptibles para que en ellos quede suspendida una historia. Cuando me encallo en los arrecifes del proceso creativo me sumerjo en mis libretas con un arpón y trato de ensartar conceptos e ideas que entre ellos, muchas veces, no guardan ninguna relación. Lo que hago es combinar. De esa manera armo un texto y, ante esa diversidad de verdades que en su día anoté, doy rienda suelta a mi imaginación. Creo un cadáver exquisito con las sobras que hay en las aguas estancadas de mis libretas, ya que por sí solas no son alimento literario. Escribir me ayuda a buscar recetas que tengan que ver con la realidad y la verdad de mi vida. Ahora el mundo se balancea como un barco, y los que se marean como yo no tenemos más remedio que frecuentar lugares no humanos. Yo los llamo los «no sititos». Es una experiencia que os aconsejo que viváis al menos una vez.  
Ahora perdonadme, pero me ha parecido oír un ladrido que identifico con la voz del perro callejero que a veces viene a verme. No es como los demás perros. Desde que presto más atención a los detalles noto que habla con un hilillo de voz dulce, aguda y penetrante. Tiene un acento extraño. Yo diría que este perro no es de aquí. Seguro que es forastero.

martes, 28 de abril de 2020

LA LECHUGA DE VERÓNICA


46ª crónica de un confinamiento improvisado

Las tardes se convierten en un triste crepúsculo para aquellos que detectan en el sonido de las casas algo parecido a los estertores de una bestia moribunda. Para muchos es ahora cuando el cuerpo señala algo profundo; algo que ha ido incubándose con el tiempo. Lo relacionan con un extraño estado del alma. Nada que ver con el coronavirus. Cuando uno no se ha detenido nunca, es normal que la energía no haya canalizado adecuadamente y, en una situación extrema como esta, la pena pueda aflorar en cada suspiro. Son sufrimientos del tamaño de una pelota de ping-pong, y rebotan contras las paredes del órgano encargado en darle sentido a todo. La mayoría no son conscientes de nada porque no pueden gestionar lo que les ocurre. La gente de escasa sensibilidad diría: está como una chota, se le va la pinza, está para que lo encierren… Un sinfín de acepciones sobre la pérdida de las facultades mentales. Lo cierto es que el rebote constante de esa pelotita de ping-pong puede dañar el sentido común.
Verónica, la vecina del cuarto, llora y habla exaltada, casi a gritos, a través del patio de luces del vecindario. Estos días que no tiene más remedio que quedarse en casa, la observo mientras mece a una hermosa lechuga sobre su pecho y le hace carantoñas. Exclama: ¡Ay, qué cosita más preciosa y qué ojazos verdes me tienes! ¡Ay, cosita mía…! A veces le da por deshojar la lechuga y el pavimento del patio queda invadido por centenares de palomas torcaces ansiosas de alimento. Todos los vecinos, sobre todo los del primero, se quejan con razón de su insolencia y su desfachatez. No obstante yo la entiendo. Es de las mías.  

lunes, 27 de abril de 2020

ENJAMBRE MICROBIANO


45ª crónica de un confinamiento improvisado

Cuando algo se afloja en mi cuerpo he de ir al baño enseguida. Es una sensación que me abarca por dentro completamente.  Me entra un mareo parecido al que sufría de pequeño cuando subía a lomos de aquellos lastimosos ponis de feria que daban vueltas lentamente.
Hasta hace prácticamente unos años ese aflojamiento se debía a la actividad tóxica de mi cerebro por querer analizar obsesivamente cuestiones que no deberían ocupar ni un segundo de mi tiempo. Pero lo ocupaban. Durante mi adolescencia, esos pensamientos me removían tanto que podía evacuar tres o cuatro veces antes de que llegara el mediodía. El problema lo tenía cuando cogía el autobús por la mañana para ir al instituto. Sufría infinitos retortijones y no era capaz de aguantar mis flatulencias, por lo que, el compañero que se sentaba justo detrás de mí, el bueno de Marc, se los comía como un campeón y sin rechistar. Entiendo que algunas veces me guardara el sitio para que me sentara a su lado, pero yo no reparaba en su cortesía y me sentaba donde siempre. Me abstraía en la voz de mi ángel de la guarda; en las recomendaciones de ese amigo invisible que todos hemos tenido alguna vez. Durante el trayecto me decía que estuviera tranquilo, que ignorara mis miedos y que no me preocupara por ese enjambre microbiano que habitaba en mi estómago. Que con el tiempo todo iría desapareciendo, y que no tuviera ningún complejo, pues cagar en demasía nunca había sido algo por lo que preocuparse. La voz era cercana, suave, blanca, sin modulaciones, reconfortante como el zumbido de una abeja o el susurro del agua cuando sale del grifo. Llegué a pensar que tenía una resquebrajadura en el estómago o una inflamación gastrointestinal. Poca broma con los virus. Recuerdo que una gripe estomacal dejó tocada a toda la plantilla de un equipo de fútbol. 

domingo, 26 de abril de 2020

UN ÁRBOL HA VENIDO A VERME


44ª crónica de un confinamiento improvisado


Ante la confusión y el pánico la naturaleza animal tiende a correr, a empujar, a atropellar, a embestir, a arrollar, a pisotear, a derribar… En casos extremos una estampida humana no siente lástima. Sálvese quien pueda sería la máxima. Ojalá la naturaleza vegetal también pudiera reaccionar así y desprenderse del suelo para huir de un incendio o de cualquier amenaza.
El hombre no está prendido por raíces. Tenemos libertad de movimiento y en nuestra esencia no está permanecer enraizados a un territorio como los árboles y las plantas. Sin embargo nuestra evolución ha supuesto el peor castigo para los bosques, porque hemos talado sin control su leñosa y bella verticalidad y hemos provocado infiernos sin ser conscientes del daño.
Hoy podrán salir los niños a disfrutar de la naturaleza durante una hora. Para ellos será como el día de Reyes. Su inocencia no tiene la culpa de nada pero nuestra raza bípeda sí. Los humanos tendremos muchas virtudes si enfocamos nuestra percepción al talento individual, pero, cuando se hace un zoom y elevamos el foco de atención, el panorama global que se contempla en la piel del planeta evidencia una terrible plaga de aberraciones. No hemos podido progresar de otra manera sin herir a nuestros bosques y a nuestra flora. Aparentemente no sufren porque no gritan como los humanos. Su indefensión por hallarse agarrados al terreno ha sido su desgracia y nosotros hemos sido y somos su peor germen de destrucción. Por eso, ahora que nosotros debemos reducir nuestra movilidad para que otro microscópico virus no nos vapulee, sería bonito que las tornas cambiaran y que varias manadas de árboles ansiosos de venganza se desprendieran de la tierra y visitaran las urbes para castigar a aquellos insensatos que nunca han respetado a la madre naturaleza.

sábado, 25 de abril de 2020

IMAGINAR


43ª crónica de un confinamiento improvisado

No le pasa nada a la imaginación. Es la que es. Cada uno tiene la suya. Es así. No debemos avergonzarnos de ella, es preferible aceptarla tal como nos llega y dejarla fluir en nuestra mente sin pretender cambiarla o moldearla. Además es imposible.  No se puede. 
Yo a veces fantaseo con la idea de que la vida eterna podría conseguirse si a partir de ya, de este confinamiento nos comiéramos un huevo crudo al día haciéndole un agujerito en la cáscara y sorbiendo las proteínas de su interior. Mi imaginación ha querido también que, paralelamente, imagine a un señor misterioso sentado en un banco y una fila de personas que espera su turno para hablar con él. El tipo concede deseos y la gente le pide cosas. Yo también estoy en esa cola y cuando me toca le pido lo que ansío, la vida eterna, explicándole la obsesión que tengo con los huevos crudos para conseguirla. El señor misterioso me asegura que tendré lo que anhelo si robo un jamón ibérico en un supermercado y lo regalo a un vagabundo. También me aconseja que abandone la idea de los huevos porque eso no conecta con hacer el bien al prójimo, únicamente, si se diera el caso, lo haría a uno mismo. «¿Y qué pasa si no quiero robar ese jamón ibérico que usted me dice?», le pregunto. «Pues que no tendrás lo que deseas», me contesta.
¿Y vosotros qué imagináis? ¿A qué estáis dispuestos para conseguir lo que anheláis?


viernes, 24 de abril de 2020

OJITOS DE CEREZA


42ª crónica de un confinamiento improvisado


En tiempo de Coronavirus y mascarillas los ojos son manzanas, ciruelas, melocotones… Son frutas dulces y despiadadas que ya no apartan tanto la vista.
Conduzco cada mañana para ir al trabajo y pienso que algún día van a pararme para que justifique mi trayecto. Soy gafe. Hoy mismo ha pasado eso. Los ojos de los agentes eran enormes como naranjas. Algunos tenían una apariencia dulce y bondadosa y otros eran perversos, sin muestras de humanidad ni compasión. El agente que se ha dirigido a mí lo ha hecho de muy malas maneras, malhumorado, con el ceño fruncido y la mirada amarga como dos limones podridos. Bajo la mascarilla he imaginado una mueca perversa y maliciosa, con ganas de pillar a los que no tienen la documentación requerida para poder trasladarse al trabajo. Yo la llevaba, por supuesto. Sin embargo he querido poner a prueba a este agente desalmado que, seguramente, estaba viciado por otros problemas. Conmigo no ha sido respetuoso, ha utilizado un tono inapropiado y una retranca prepotente exenta de amabilidad. En todos los sectores hay individuos que no saben comportarse como seres humanos. En este caso he creído que lo más oportuno era jugar un poco con él. Así que me he hecho el tonto y me he inventado una excusa insostenible para chincharlo. La crispación se reflejaba en sus ojos alimonados y su evidente mala leche lo ha llevado a querer multarme. Entonces, cuando ha sacado su libreta para hacerlo, me he venido arriba y le he mostrado el documento requerido, como si estuviera jugando una partida de ajedrez y, ante sus narices, le plantara un fulminante jaque mate. Sus ojos perplejos se han visto arrasados por la turbación y el desconcierto y yo, con mis ojitos de cereza, he esperado a que me dijera que podía seguir adelante.    

jueves, 23 de abril de 2020

SOY LO QUE COMO


41ª crónica de un confinamiento improvisado


Anhelo ser la pintura de El grito de Edvard Munch y gritar sobre un puente. Podría hacerlo en cualquiera de los dos pequeños puentes que cruzan el estanque de mi pueblo. Ya he gritado demasiadas veces en casa y en el balcón. Bramar sobre esta pasarela de madera es un deseo realizable, así que un día que llueva o haga mal tiempo elegiré el momento más decadente para chillar a esta tierra de locos. Luego aprovecharé para ir a comprar y seguiré con mi feliz decadencia. En el supermercado pensaré en la muerte o en el declive de la humanidad mientras la cajera pasa la compra por el sensor. Si analizamos los productos que elegimos puede hacerse una valoración aproximada de nuestra psicología y de nuestra conducta. Yo siempre compro lo mismo. Tengo una serie de alimentos que me representan como consumidor y de ahí no salgo. El brócoli es uno de ellos, igual que los pepinillos en vinagre y otros víveres enlatados que no quiero enumerar por vergüenza. No quiero revelar que, efectivamente, soy lo que como. 

miércoles, 22 de abril de 2020

LA LLAMADA


40ª crónica de un confinamiento improvisado


Esta madrugada me he despertado por un intenso picor en el tobillo. Tenía una erupción: una de esas ronchas que sale cuando nos pica un mosquito. Podía rascarme pero no lo he hecho. He aguantado. He pensado que evitando esa tentación me demostraría a mí mismo valor y fortaleza. A veces es propio de mí contener una acción fisiológica. Es una soberana estupidez, pero en ese momento quería mantenerme impasible a la voz del cerebro que no paraba de decirme: ráscate, ráscate, ráscate…
De repente ha sonado el teléfono fijo. Me he asustado. Pocas veces suena. El reloj de la mesita marcaba las 5:45h. Quién podía llamar a esa hora. Enseguida he pensado en mis padres y que algo les había pasado. He dado un salto de la cama y me he plantado ante el aparato. Lo descuelgo. ¿Sí? ¿Diga?... Se oía una respiración sofocante y entrecortada. ¿Mamá, papá? ¿Sois vosotros? Durante varios segundos he estado pendiente de un hilo. He preguntado varias veces quién era, pero no recibía respuesta. Se me ha hecho un nudo en la garganta y mi corazón latía descontrolado. Me temía lo peor. Pero al final, el resuello ahogado y lastimoso se ha convertido en una voz desconocida, la de un adulto de mediana edad. Así lo he intuido. He respirado aliviado y he descartado la posibilidad de que la llamada haya sido de mis padres. El individuo que estaba al otro lado de la línea me ha anunciado su propósito de suicidarse. «Estoy desesperado y voy a suicidarme», me ha dicho. Ese ha sido su mensaje. Entonces, la sensación de picor que prácticamente había desaparecido de mi tobillo ha vuelto a activarse y a desplegarse por todo mi cuerpo. He pensado que acercarse al prójimo en una situación extrema como esa era moverse en la escala de grises de la vida, pero a esa hora y con la intensa comezón que me invadía, no estaba preparado para infundir ánimos a nadie. Así que, haciéndome el loco, le he dicho que ha llamado a una casa particular y que se había equivocado de número. 

martes, 21 de abril de 2020

UN JERSEY DE ROMBOS


39ª crónica de un confinamiento improvisado


Me quedo inmóvil delante del espejo del cuarto de baño observando mi apariencia. Abro el grifo y dejo correr el agua. El sonido estimula la nostalgia que me excava por dentro. Recuerdo un pasado trágico. Mis ojos generan un parpadeo rápido y la esclerótica se humedece. A veces una voz interior rememora mis traumas y golpea las paredes de mi conciencia para comprobar si los he superado. Qué curioso es todo. Si el alma deja de estar inválida la mirada se vuelve positiva.
Ahora el mundo es de cristal y la humanidad se clava las esquirlas que han quedado suspendidas en el aire por la detonación de un virus. Somos frágiles, de carne y hueso.
Antes de los aplausos de las ocho me cortaré el cabello y me vestiré con un jersey de rombos. Son aconsejables pequeños cambios de imagen. Mejor eso que inventar miedos. La sensación de angustia que generamos por la presencia de un peligro, ya sea real o imaginario, no tiene nada que ver con capacidad de ser creativos. Solo es una manera de perforar a nuestro cerebro, para despertar lo sombrío de la mente y que nuestra mirada se pierda en cualquier punto de la nada.
Hoy seré el hombre que fue lunes y mañana el que fue martes. Así hasta el final de mis días. No me entristece que pase el tiempo ni que los azules del cielo vayan deviniendo a grises. Miraré en derredor como si el paisaje fuera bello, nunca será peor que la negrura de vivir entre las tinieblas de la mente. Por eso me siento capaz de soportar cualquier tipo de pesimismo y de dominar el decaimiento. Soy un hombre efervescente. Así lo demuestra esta orina que expulso con la fuerza de un sifón, que hace borbotear el agua amarilla del inodoro.

lunes, 20 de abril de 2020

¡VIVA!


38ª crónica de un confinamiento improvisado

Hay un vecino al que veo todos los días. Siempre va vestido con la misma camisa amarilla y roja. Es muy fina, parece de seda. La lleva un poco abierta, con estilo. Lee el periódico en su terraza con unos quevedos como los míos, acostado sobre una hamaca de playa. Parece metódico en sus tareas. Lo digo porque cada día, a las ocho de la tarde, igual que hacen muchos vecinos, elogia el trabajo y el coraje de los sanitarios aplaudiendo. Cuando cesan los vítores, se planta mirando al frente, apoya su mano derecha sobre el pecho y entona el himno. Lo hace son sentimiento, proyectando su voz como un cañón. Lo tararea, o mejor dicho lo «lalalea», ya que carece de letra y lo canta como el público enfervorecido de los campos de futbol, como un hincha que apoya a muerte a su selección. Durante unos minutos solo se escucha el cántico. Ya es habitual en nuestra calle. Cuando acaba permanece en silencio unos segundos y grita con fuerza viva España, esperando una respuesta por parte de la gente de los balcones. Pero nunca se produce la interacción. Me da pena que esa situación se repita una y otra vez y que nadie lo acompañe. Me lo imagino cada noche desvistiéndose en su habitación, colgando su camisa favorita en una percha del armario, deseoso de volver a ponérsela por la mañana. En estos treinta y ocho días de confinamiento tengo el convencimiento de que no la ha lavado; nunca se la he visto tendida en las cuerdas de su terraza. ¿Eso no sería una falta de respeto a los colores? En fin. Una falta de higiene seguro. Mañana trataré de contagiarme de su entusiasmo patrio. 

domingo, 19 de abril de 2020

ESTAR EN BABIA


37ª crónica de un confinamiento improvisado


Hoy es la festividad de Sant Antoni. Un día emblemático para nuestra localidad, pues la mayoría de peñiscolanos siente la llamada de esta romería y la disfrutan con emoción en la ermita situada en plena Serra d’Irta. Este año la llamada ha sido otra: ¡Quédate en casa!
Al menos el olor a lluvia nos limpia. Desde la cama escucho como cae el agua por el patio de luces y pienso en los nombres y apellidos de cada una de las incontables víctimas que mueren cada día. A nadie le gusta pensar en la muerte. No obstante, es la única verdad de nuestro destino. Cada mañana siento como me observa una pequeña nave espacial con ojos y boca, un ovni de ir por casa con dos luces. Es el plafón de cristal del techo que me mira con cara de circunstancias y parece que silbe un airecillo de optimismo.
Ahora estaría en la ermita, en plena naturaleza, dando tumbos por la concurrida plaza, hablando con gente con la que nunca hablo, al son de la música de una orquesta que no sabe muy bien dónde se ha metido, sin pensar en lo qué haría mañana ni en expectativas a largo plazo, ebrio de cerveza y de los cubatas que habría ido lanzando al cielo. Sin embargo, permanezco estirado en la cama, borracho de sábanas y barruntando si es posible cambiar el rumbo de nuestro sino. 
No hay lógica en los destinos. Y no hablo de la muerte, pues esa suerte es irremediable. Sino del patrón que intuimos y prevemos en nuestra vida para que vaya cumpliéndose en función de nuestras vivencias y nuestra voluntad. Me gusta creer que hay un destino equitativo: tanto ofreces, tanto te espera. Nuestros caminos están mínimamente esbozados y, en principio, siguen una la trayectoria que nos marcamos. A menos que hagamos algo imprevisible e irracional que cambie el orden de las cosas. ¿Cuántas veces hemos sentido la fragilidad y la tentación de hacer una locura desde lo alto de un despeñadero y desfigurar ese orden?
La naturaleza es caprichosa. Hace un quiebro y nace una pandemia capaz de alterar los destinos alegremente preconcebidos de la raza humana. Es posible que esté en Babia porque nunca he tocado con los pies en el suelo, pero la lección moralista que extraigo de los males que subyacen en nosotros siempre guardan una estrecha relación con los verbos ser y tener.

sábado, 18 de abril de 2020

LA EVOLUCIÓN


36ª crónica de un confinamiento improvisado


Hoy es sábado. Qué asunto puede ser tan urgente como para no poder almorzar con amigos. Ya lo sabéis. El miedo moviliza a la humanidad para que nos quedemos en casa. Sin embargo las situaciones más graves siempre han tratado de solucionarse alrededor de una mesa, comiendo y bebiendo. Por ahora: hogar dulce hogar. Y yo no puedo quejarme. Tengo algunas ventajas sobre las familias y las parejas porque, en mi caso, si nace el conflicto, solo por el hecho de convivir conmigo mismo, se hace bastante más llevadero.
Puedo mantenerme horas y horas sentado en una silla frente al espejo y percibir el crecimiento de mi barba. Pocos son los que aprecian ese avance imperceptible. Es paradójico, ¿no? Las personas deberíamos ser capaces de ver el mundo a cámara lenta para valorar lo maravilloso que puede ser el movimiento inestimable de la naturaleza. 
Con mis quevedos apoyados en el vértice de mi nariz puedo filosofar a través de la escritura y disfrutar del proceso creativo. Cuando me atasco paro un momento y miro por la ventana. La calle me da pistas porque representa al mundo. Y más ahora. Viajar nunca ha sido necesario. El alma, si está contenta, puede sentirse plena con una débil expectativa. 
Así me sentía almorzando con un grupo reducido de amigos. Nunca he sido amigo de las masas ni de buscar el amor verdadero. Pero, estos días, comprar en el mercado y ser atendido por una joven de ojos verdes y su mascarilla estampada me ha tambaleado por dentro y se ha construido en el aire un misterioso infinito. ¿Es necesario el amor? Cuando termine todo esto espero que, al menos, no necesitemos de todos los sentidos, ni del olfato ni del gusto, y que la naturaleza, en su lenta e imperceptible evolución, sepa hacernos entender que con un ojo tenemos suficiente.

viernes, 17 de abril de 2020

TRES SUEÑOS


35ª crónica de un confinamiento improvisado


Desde que he vuelto a trabajar he soñado tres veces consecutivas con los mismos ojos. Justo las veces que me he cruzado con la joven poseedora de ellos, pues, para evitar riesgos, su rostro iba cubierto por una mascarilla, y su lánguida mirada fue lo que más llamó mi atención. Eran profundos, bellos, y contenían un cielo que lloraba.  
El primer sueño lo tuve el pasado martes y vi como esos ojos de mujer se avivaban en el rostro de un hombre que se limpiaba los dientes frente al espejo con el ímpetu y el brío que le marcaba el inicio de la Sinfonía núm.5 de Beethoven. 
En el segundo sueño, esos mismos ojos, azul verdosos y de largas pestañas, estaban encajados en la mirada asustadiza de un perro callejero que aullaba a mi ventana.
El último fue el de ayer, y, como en las anteriores ocasiones, esos globos oculares se incrustaron en la rugosa corteza de un árbol, en la parte media del tronco de un olmo. Su pupila se dilataba y se contraía en impulsos nerviosos y su esclerótica pasaba de una palidez lechosa a un purpura cruento. Sus ramas se agitaban, trataban de aplaudir pero se enredaban, y de su boca resinosa manaba un chorro de palabras: «tengo la solución para detener el coronavirus», repetía desde la espesura de su copa.
Hoy es viernes, espero seguir soñando con esos ojos. En ellos adivino un sol amarillo cada mañana o que las nubes presagien despojos.

jueves, 16 de abril de 2020

NI PIES NI CABEZA


34ª crónica de un confinamiento improvisado

Esto es lo que hago: dar vueltas alrededor de un taburete y subirme en él. Si algún vecino me ve pensará que estoy haciendo deporte. No apreciará que estoy triste. Me gustaría tener la voz de Leonard Cohen para infundir respeto a ese bicho imperceptible que nos anula. Ya tenemos suficientes detalles del miedo.
Voy a dibujar una caricatura mía sobre un pequeño papel que tenga las dimensiones aproximadas de un sello. Resaltaré mi alopecia, mis mofletes de cerdo y mis orejas pandas. A continuación pegaré mi diminuta creación en el carnet de identidad o en mi permiso de conducir para alegrar a los agentes que me paren de camino al trabajo o volviendo a casa. Nos echaremos unas risas. O eso o llorar. Ojalá tuviera las lágrimas contenidas en los juanetes. Ya está bien de tenerlo todo en la cabeza. Quiero pensar con los pies y expresar mis emociones a través de las articulaciones del tarso y el tendón de Aquiles. O que se me duerman otras partes del cuerpo que no sean las de siempre. Podría dormírseme un rato el cerebro o el corazón o los pulmones; ellos nunca duermen. Alguien con solera debería tirarme las cartas del Tarot y predecir mi futuro. ¿Recorreré el mundo sobre una tortuga? Esta crónica no tiene ni pies ni cabeza.
Me voy a mi cuarto, ahí soy alguien. 

miércoles, 15 de abril de 2020

LA CIUDAD CAGADA


33ª crónica de un confinamiento improvisado


Esta noche me he dormido con las gafas puestas y he soñado raro pero muy nítido. Mis ojos se volvían hacia dentro y alcanzaban una óptica sanguínea y lechosa. La visión girada ha permitido que viera una telaraña de gargajos sanguinolentos y, pegada a ella, una semiesfera de sebo blanco: mi cerebro.
Ser absorbido por esta ceguera blanca ha supuesto dar cuerpo a la esencia secreta de mi subconsciente y adentrarme hacia un mar de gránulos que, al final, ha resultado ser una ciénaga pestilente y viscosa de heces del color de la nieve, creadora de epidemias e infecciones para el intelecto.
En esa charca podía andar sin hundirme y estaba habitaba por cientos de cisnes negros sin pico. Y tantos ojos acechándome, sin una nariz ni una boca, petrificaban mi retina por verlas como aves alienígenas. Aun así, la dureza de mi membrana ha actuado como una lente de aumento para que divisara en el horizonte otra perspectiva, un porvenir, una ilusión. Y, en efecto, a lo lejos he atisbado una silueta: una ciudad cagada por una nube colmada de estorninos.

martes, 14 de abril de 2020

SABIOS


32ª crónica de un confinamiento improvisado


Hoy he vuelto al trabajo. Así lo ha creído conveniente el gobierno. Justo en el momento en que el aburrimiento sacaba lo mejor de mí y pensaba que vivir esta experiencia sería una gran prueba, un sueño hecho realidad y una fabulosa oportunidad para entender la vida.
Se me han acabado las mañanas de conciertos con la Filarmónica de Berlín mientras hacía sin prisas la cama y me abandonaba a mis pensamientos. Ahora tendré que escribir estas crónicas por la tarde, después de comer. Esta por ejemplo.
No puedo quejarme. Mi nuevo trabajo es estupendo. Realizo tareas muy diversas: creativas, mecánicas, de todo tipo, pero siempre delante de un ordenador. Aunque los días que vamos al almacén para hacer inventario, me pongo el mono de trabajo y se convierten en físicas. El trabajo lo tiene todo. Me ha caído del cielo. La única pega, por encontrarle alguna, es que he de coger el coche cada mañana y desplazarme al pueblo de al lado que está a siete kilómetros. 
Somos seis trabajando y todos seguimos a rajatabla las normas de seguridad e higiene recomendadas. El editor en jefe está en su despacho y siempre deja la puerta abierta; los demás estamos ubicados en la oficina contigua a la distancia de separación requerida. Supongo que ya habréis adivinado que trabajo en una editorial. Quién me lo hubiera dicho. Al principio trataba de ser recurrente y soltaba alguna gracia de las mías para simular un sentido del humor a la altura de estas entidades que difunden la lingüística. Con los días me di cuenta de que no era necesario. Mis compañeros son gente seria y sencilla que están por el trabajo, pero, como yo, cuando toca, se ríen de la escasa intelectualidad que pueda suscitar un chiste malo. El «jefe» manda como le gustaría ser mandado: sin imperativos y sin alzar la voz, infundiendo ganas y confianza. Manda sin mandar. Eso es lo que hace. Conozco a pocos que les dé resultado esta manera de hacerse valer. Para mí es patético ver alardear a los sabelotodo sin darse cuenta del nivel de vanidad que procesan. Los escasos sabios que he ido conociendo en mi vida nunca han pretendido ser maestros de nada, sin embargo, han enseñado como tales sin pretenderlo, porque siendo como son alcanzan un nivel que va más allá del conocimiento. Mi jefe es humilde y se pone en la piel del otro. Ni impone ni presume de nada. Delega las tareas con amabilidad, siempre dispuesto a camuflar las torpezas y las imprecisiones que puedan surgir durante las primeras semanas. «Tranquilo, tú ve haciendo», me dice, «poco a poco ya lo irás cogiendo todo».
¿No es eso digno de un sabio?

lunes, 13 de abril de 2020

SILBAR


31ª crónica de un confinamiento improvisado


Silbar es una de mis facultades. Lo llevo haciendo desde pequeño gracias a mi abuelo. Cogido de su mano he imitado la voz de los pájaros, y la alegría que sentíamos nos convertía a los dos en gorriones. Tengo una hermana flautista. Mis padres nos apuntaron a clases de solfeo en la academia de música que había en el pueblo. Yo destacaba, sin embargo la que acabó convirtiéndose en profesional fue mi hermana. Toca en una orquesta sinfónica. Pero he de decir que su manera de silbar no es tan precisa como el mía. Yo me perfeccioné técnicamente a base de repetir el repertorio de flauta que ella ensayaba obstinadamente; también adquirí agilidad sonando por encima de los conciertos clásicos de los grandes compositores y, por supuesto, con toda la miscelánea de estilos que sonaban en la radio.
Hubo un tiempo que silbaba por la calle para que algún entendido apreciara mis gorjeos y me fichara como un virtuoso solista. Hace tanto de esas tontas fantasías. Ahora solo silbo cuando estoy contento, y en mi casa. La música cura porque circula por una vía subterránea distinta a la versión que tenemos de la realidad, y yo, que soy un soñador obstinado, tengo la convicción de que el mundo se percibe con más seguridad si la música está presente.
¿Alguien ha escuchado el famoso Bolero de Maurice Ravel?
Hay muchos paralelismos con la progresión infecciosa del coronavirus. Su musicalidad se asemeja a la línea ascendente de la curva y al pico de los gráficos médicos de este brote pandémico. Hoy he silbado este bolero sin reparar en esas coincidencias. Al principio, el sonido pasaba a través de mis labios fruncidos con suavidad, manteniendo latente la tensión y pasando por las diversas modulaciones de cada instrumento de viento. La pieza de este compositor francés se caracteriza por mantener un ritmo y un tempo invariables, repitiéndose una y otra vez la misma melodía y sin ninguna modificación. Mientras la música sonaba de fondo, el bloque de aire exhalado ha ido modulándose en las paredes de mi cavidad bucal hasta llegar al contraste melódico, al cambio tonal. Mi capacidad para articular la variación ha ido in crescendo, proyectando cada nota como si apuntara a una diana invisible. La música ha tomado el cuerpo de una bola de nieve que se agigantaba en cada giro. He sentido la emoción en la ejecución de cada insistente bloque y me he venido arriba, apurando tanto mis fuerzas que notaba el ahogo, la falta de aire. Se han juntado las ganas de toser y un dolor punzante en el estómago, y mis sienes ardían, latían involuntariamente por la tensión acumulada. La exaltación golpeaba con fuerza a mis sentidos. Sentía el goce y la tortura. Me embargaba un enorme sentimiento de placer y unas irrefrenables ganas por evacuar tanto por arriba como por abajo. Náuseas y retortijones. Una gran conmoción. Una fiebre álgida. Un clímax. El estallido final.

domingo, 12 de abril de 2020

ACTO BAUTISMAL


30ª crónica de un confinamiento improvisado


Treinta días ya. Un mes en casa y sigo aseándome con el viejo recipiente de porcelana que perteneció a mis abuelos. Cada mañana me meto en la bañera y chapoteo en el agua templada que lo colma. El paso de los días se convierte en un volver a nacer. Me recuerda al Día de la Marmota que transcurre en aquel maravilloso film de los noventa, Atrapado en el tiempo, donde el protagonista, Bill Murray, está condenado a la repetición del mismo día un pequeño pueblo de Pennsylvania.
El desfasado modo con el que me lavo diariamente no es propio de los avances de nuestro tiempo, sin embargo, mis fuerzas y mi energía se ven renovadas gracias a esta palangana y al cazo donde caliento el agua. La situación hace que considere mi higiene como un curioso acto bautismal y, en mi mente, me vea a orillas del río Jordán donde Juan Bautista bautizó a Jesús. Quizás, estos días, por coincidir con la Semana Santa y hallarme recluido entre cuatro paredes, hacen que viva esta fantasía con más intensidad y sienta la solemnidad por verme en la misma tesitura que Jesús de Nazaret.
No pretendo restarle trascendencia a este episodio que se relata en el Nuevo Testamento, pero, tras lavarme las zonas íntimas y las más inaccesibles, alzo la palangana sobre mi cabeza y dejo que el agua jabonosa se derrame por mi cuerpo. Es una epifanía reservada que transcurre en el lugar más sagrado de mi casa. Nadie más puede dar fe de ello porque no participa ningún acólito, ni ángeles ni santos, únicamente mi soledad y yo. El culto a mi ser es mantener limpia mi sustancia física y mi alma. Así, los fieles que lo deseen podrán repasar en mis escritos las penitencias que tuve que pasar durante la condena hogareña.
De modo que hoy, Domingo Santo, día 12 de abril de 2020 y año del COVID-19, un servidor, confiado en que el alma y la materia forman una unidad y seducido por la idea de que la verdad reside en espiritualizar lo corpóreo, hace constar en su treintava crónica de un confinamiento improvisado que sigo sobreviviendo y renaciendo cada día en mi casa, a pesar de la terrible pandemia y del termostato averiado.