jueves, 16 de abril de 2020

NI PIES NI CABEZA


34ª crónica de un confinamiento improvisado

Esto es lo que hago: dar vueltas alrededor de un taburete y subirme en él. Si algún vecino me ve pensará que estoy haciendo deporte. No apreciará que estoy triste. Me gustaría tener la voz de Leonard Cohen para infundir respeto a ese bicho imperceptible que nos anula. Ya tenemos suficientes detalles del miedo.
Voy a dibujar una caricatura mía sobre un pequeño papel que tenga las dimensiones aproximadas de un sello. Resaltaré mi alopecia, mis mofletes de cerdo y mis orejas pandas. A continuación pegaré mi diminuta creación en el carnet de identidad o en mi permiso de conducir para alegrar a los agentes que me paren de camino al trabajo o volviendo a casa. Nos echaremos unas risas. O eso o llorar. Ojalá tuviera las lágrimas contenidas en los juanetes. Ya está bien de tenerlo todo en la cabeza. Quiero pensar con los pies y expresar mis emociones a través de las articulaciones del tarso y el tendón de Aquiles. O que se me duerman otras partes del cuerpo que no sean las de siempre. Podría dormírseme un rato el cerebro o el corazón o los pulmones; ellos nunca duermen. Alguien con solera debería tirarme las cartas del Tarot y predecir mi futuro. ¿Recorreré el mundo sobre una tortuga? Esta crónica no tiene ni pies ni cabeza.
Me voy a mi cuarto, ahí soy alguien. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario