miércoles, 8 de abril de 2020

UN KILO Y MEDIO DE FELICIDAD


26ª crónica de un confinamiento improvisado

La felicidad está en el kilo y medio de grasa que todos tenemos en el interior del cráneo. Es esa especie de mazacote o gelatina blanda que ocupa la zona anterior y posterior de la cabeza. Presenta la consistencia del tofu e incluso llegó a ser un apetitoso manjar para Hannibal Lecter, el personaje caníbal de la película de Ridley Scott que dirigió en 2001. En este film, este genio desequilibrado, y psiquiatra de profesión, le practica una craneotomía a la víctima que tiene sometida bajo los efectos de las drogas, y con un bisturí le va cortando trocitos de su propio cerebro para ofrecérselo salteado en mantequilla y hierbas, igual que se lo ofrecería a un niño. La escena es sobrecogedora. Solo de pensarlo se me electrifica el cuerpo.
El cerebro se enamora y se intoxica; se llena de pensamientos malos y sufrimos; el cerebro nos controla, somos él, somos ese kilo y medio de grasa laberíntica; y eso jode mucho. Yo no quiero ser mi cerebro. Mi voluntad lucha para mantener una buena conexión emocional con el entorno, ya que solo así se conecta con la ilusión. Cada uno tiene sus recursos. Tantos cerebros, tantas personas. No hay ninguno igual. Yo soy espiritual y abstracto, más próximo a lo intangible del alma. Pienso que mis padres, seguramente sin pretenderlo, basaron mi educación en la fe (cristiana) más que en la razón. Por eso quiero ser, y soy, positivo ante estas situaciones adversas. Mi carácter tiende a proyectar un porvenir esperanzador, aunque, por otro lado, mi sentido del humor se agarra a las vertientes catastrofistas y siniestras por poseer el conflicto.
En una de las Contras de la Vanguardia (es una página destinada a curiosas entrevistas de cariz filosófico e intimista que suele ir ubicada al final de algunos periódicos) leí que la felicidad tiene que ver con la actividad del cerebro. Decía que el cerebro es una especie de generador eléctrico y el pensamiento la luz que emana. De ahí que nuestra alma sea una exhalación de nuestra masa cerebral, como lo es la luz de la electricidad.
¿De qué sirve trabajar cara el público si no atiendes a la gente con cierta alegría?
Me gusta pensar que el coraje se demuestra en ese tipo de acciones y acercándonos a los desconocidos como si fuesen buenos. Decantarse por el mal es tan fácil. Muchos dirán que así es la vida, que así es la realidad en la que vivimos. Y puede ser. Ojalá cada uno podría curarse a través de su propio cerebro. 

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