domingo, 19 de abril de 2020

ESTAR EN BABIA


37ª crónica de un confinamiento improvisado


Hoy es la festividad de Sant Antoni. Un día emblemático para nuestra localidad, pues la mayoría de peñiscolanos siente la llamada de esta romería y la disfrutan con emoción en la ermita situada en plena Serra d’Irta. Este año la llamada ha sido otra: ¡Quédate en casa!
Al menos el olor a lluvia nos limpia. Desde la cama escucho como cae el agua por el patio de luces y pienso en los nombres y apellidos de cada una de las incontables víctimas que mueren cada día. A nadie le gusta pensar en la muerte. No obstante, es la única verdad de nuestro destino. Cada mañana siento como me observa una pequeña nave espacial con ojos y boca, un ovni de ir por casa con dos luces. Es el plafón de cristal del techo que me mira con cara de circunstancias y parece que silbe un airecillo de optimismo.
Ahora estaría en la ermita, en plena naturaleza, dando tumbos por la concurrida plaza, hablando con gente con la que nunca hablo, al son de la música de una orquesta que no sabe muy bien dónde se ha metido, sin pensar en lo qué haría mañana ni en expectativas a largo plazo, ebrio de cerveza y de los cubatas que habría ido lanzando al cielo. Sin embargo, permanezco estirado en la cama, borracho de sábanas y barruntando si es posible cambiar el rumbo de nuestro sino. 
No hay lógica en los destinos. Y no hablo de la muerte, pues esa suerte es irremediable. Sino del patrón que intuimos y prevemos en nuestra vida para que vaya cumpliéndose en función de nuestras vivencias y nuestra voluntad. Me gusta creer que hay un destino equitativo: tanto ofreces, tanto te espera. Nuestros caminos están mínimamente esbozados y, en principio, siguen una la trayectoria que nos marcamos. A menos que hagamos algo imprevisible e irracional que cambie el orden de las cosas. ¿Cuántas veces hemos sentido la fragilidad y la tentación de hacer una locura desde lo alto de un despeñadero y desfigurar ese orden?
La naturaleza es caprichosa. Hace un quiebro y nace una pandemia capaz de alterar los destinos alegremente preconcebidos de la raza humana. Es posible que esté en Babia porque nunca he tocado con los pies en el suelo, pero la lección moralista que extraigo de los males que subyacen en nosotros siempre guardan una estrecha relación con los verbos ser y tener.

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