jueves, 9 de abril de 2020

ANATOMÍA AZUL CIELO

27ª crónica de un confinamiento improvisado

Duermo en dos asaltos. Empiezo en el sofá después de cenar y, sin ser consciente, acabo en mi cama a no sé qué hora de la madrugada. Durante el día me arrastro por los cuadriláteros de mi casa como un luchador que combate el aburrimiento y batalla con un dolor punzante en el cuello. Ese ha sido mi premio: una tortícolis que llevaré a cuestas varios días.
Miro al frente como la Gran Esfinge de Guiza y me permito tímidos giros a la izquierda y a la derecha, pero no puedo contemplar el trocito de cielo que antes podía apreciar desde la ventana. Eso sería suficiente para llenar el día. Todos los azules del azul cian están en el cielo, y, si percibes bien los matices, dependiendo de las sombras y la luz que arroja el día, se descubren otras gamas bellísimas. Tengo una sensibilidad especial con los colores.
Hoy es ayer, pero sumándole esta incómoda contracción a mi cogote. No obstante, la rigidez adquirida en la nuca permite que pueda encararme a la pantalla del ordenador. Es la ventana que me ha permitido navegar y descubrir los incontables músculos que forman el interior de mi pescuezo, y he apreciado una fisiología llena de rasgos afines a la anatomía de los azules que hay en el cielo. Quienes apreciamos lo particular de las particularidades vemos un mundo donde otros no ven nada. Es normal, pasa en todos los terrenos, y eso no es ninguna novedad que nos haga especiales, solo que cada uno ha elegido la singularidad de una naturaleza para tener una experiencia profunda con ella.
Yo elegí pintar. Por eso concedo preferencia a los colores e, incluso, si me apuras, a esta extensa lista de músculos que este oráculo cibernético tiene a bien mostrarme. El más robusto tiene veintidós letras. Se denomina esternocleidomastoideo. Qué maravilla de palabra. Sus tejidos se insertan en el esternón y la clavícula. Hay muchos tejidos fibrosos que se contraen en esta pequeña zona y todos tienen una función específica. La naturaleza humana es, en sí misma, un milagro, por eso no puede ser que Dios no exista.
Ahora vivimos una especie de paréntesis en el tiempo para mirarnos el ombligo. Yo lo hago desde mi casa –no hay otra manera– escribiendo mis vivencias, aunque parezcan excéntricas y raras, pues si existen en mí, seguramente, existirán en todos. Lo íntimo se hace universal si se escribe con esa intención; igual que la pintura se convierte en arte. Prefiero arañar en alguna sensibilidad que estar pendiente de la contabilidad de las desgracias diarias. Es durante la cena cuando a través de los informativos actualizo o refresco los datos de esta terrible pandemia.
Presiento que este verano alcanzará la melancolía del invierno. Las terrazas estarán deshabitadas de turistas y las ocas del estanque camparán alegres por sentirse dueñas de un pueblo fantasma. Estamos viviendo con perplejidad una ciencia ficción con tintes de película, pero cuando todo esto acabe y tomemos distancia la veremos como un drama histórico real, un tiempo indeseable del mundo.

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