martes, 21 de abril de 2020

UN JERSEY DE ROMBOS


39ª crónica de un confinamiento improvisado


Me quedo inmóvil delante del espejo del cuarto de baño observando mi apariencia. Abro el grifo y dejo correr el agua. El sonido estimula la nostalgia que me excava por dentro. Recuerdo un pasado trágico. Mis ojos generan un parpadeo rápido y la esclerótica se humedece. A veces una voz interior rememora mis traumas y golpea las paredes de mi conciencia para comprobar si los he superado. Qué curioso es todo. Si el alma deja de estar inválida la mirada se vuelve positiva.
Ahora el mundo es de cristal y la humanidad se clava las esquirlas que han quedado suspendidas en el aire por la detonación de un virus. Somos frágiles, de carne y hueso.
Antes de los aplausos de las ocho me cortaré el cabello y me vestiré con un jersey de rombos. Son aconsejables pequeños cambios de imagen. Mejor eso que inventar miedos. La sensación de angustia que generamos por la presencia de un peligro, ya sea real o imaginario, no tiene nada que ver con capacidad de ser creativos. Solo es una manera de perforar a nuestro cerebro, para despertar lo sombrío de la mente y que nuestra mirada se pierda en cualquier punto de la nada.
Hoy seré el hombre que fue lunes y mañana el que fue martes. Así hasta el final de mis días. No me entristece que pase el tiempo ni que los azules del cielo vayan deviniendo a grises. Miraré en derredor como si el paisaje fuera bello, nunca será peor que la negrura de vivir entre las tinieblas de la mente. Por eso me siento capaz de soportar cualquier tipo de pesimismo y de dominar el decaimiento. Soy un hombre efervescente. Así lo demuestra esta orina que expulso con la fuerza de un sifón, que hace borbotear el agua amarilla del inodoro.

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