sábado, 18 de abril de 2020

LA EVOLUCIÓN


36ª crónica de un confinamiento improvisado


Hoy es sábado. Qué asunto puede ser tan urgente como para no poder almorzar con amigos. Ya lo sabéis. El miedo moviliza a la humanidad para que nos quedemos en casa. Sin embargo las situaciones más graves siempre han tratado de solucionarse alrededor de una mesa, comiendo y bebiendo. Por ahora: hogar dulce hogar. Y yo no puedo quejarme. Tengo algunas ventajas sobre las familias y las parejas porque, en mi caso, si nace el conflicto, solo por el hecho de convivir conmigo mismo, se hace bastante más llevadero.
Puedo mantenerme horas y horas sentado en una silla frente al espejo y percibir el crecimiento de mi barba. Pocos son los que aprecian ese avance imperceptible. Es paradójico, ¿no? Las personas deberíamos ser capaces de ver el mundo a cámara lenta para valorar lo maravilloso que puede ser el movimiento inestimable de la naturaleza. 
Con mis quevedos apoyados en el vértice de mi nariz puedo filosofar a través de la escritura y disfrutar del proceso creativo. Cuando me atasco paro un momento y miro por la ventana. La calle me da pistas porque representa al mundo. Y más ahora. Viajar nunca ha sido necesario. El alma, si está contenta, puede sentirse plena con una débil expectativa. 
Así me sentía almorzando con un grupo reducido de amigos. Nunca he sido amigo de las masas ni de buscar el amor verdadero. Pero, estos días, comprar en el mercado y ser atendido por una joven de ojos verdes y su mascarilla estampada me ha tambaleado por dentro y se ha construido en el aire un misterioso infinito. ¿Es necesario el amor? Cuando termine todo esto espero que, al menos, no necesitemos de todos los sentidos, ni del olfato ni del gusto, y que la naturaleza, en su lenta e imperceptible evolución, sepa hacernos entender que con un ojo tenemos suficiente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario