miércoles, 15 de abril de 2020

LA CIUDAD CAGADA


33ª crónica de un confinamiento improvisado


Esta noche me he dormido con las gafas puestas y he soñado raro pero muy nítido. Mis ojos se volvían hacia dentro y alcanzaban una óptica sanguínea y lechosa. La visión girada ha permitido que viera una telaraña de gargajos sanguinolentos y, pegada a ella, una semiesfera de sebo blanco: mi cerebro.
Ser absorbido por esta ceguera blanca ha supuesto dar cuerpo a la esencia secreta de mi subconsciente y adentrarme hacia un mar de gránulos que, al final, ha resultado ser una ciénaga pestilente y viscosa de heces del color de la nieve, creadora de epidemias e infecciones para el intelecto.
En esa charca podía andar sin hundirme y estaba habitaba por cientos de cisnes negros sin pico. Y tantos ojos acechándome, sin una nariz ni una boca, petrificaban mi retina por verlas como aves alienígenas. Aun así, la dureza de mi membrana ha actuado como una lente de aumento para que divisara en el horizonte otra perspectiva, un porvenir, una ilusión. Y, en efecto, a lo lejos he atisbado una silueta: una ciudad cagada por una nube colmada de estorninos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario