sábado, 25 de abril de 2020

IMAGINAR


43ª crónica de un confinamiento improvisado

No le pasa nada a la imaginación. Es la que es. Cada uno tiene la suya. Es así. No debemos avergonzarnos de ella, es preferible aceptarla tal como nos llega y dejarla fluir en nuestra mente sin pretender cambiarla o moldearla. Además es imposible.  No se puede. 
Yo a veces fantaseo con la idea de que la vida eterna podría conseguirse si a partir de ya, de este confinamiento nos comiéramos un huevo crudo al día haciéndole un agujerito en la cáscara y sorbiendo las proteínas de su interior. Mi imaginación ha querido también que, paralelamente, imagine a un señor misterioso sentado en un banco y una fila de personas que espera su turno para hablar con él. El tipo concede deseos y la gente le pide cosas. Yo también estoy en esa cola y cuando me toca le pido lo que ansío, la vida eterna, explicándole la obsesión que tengo con los huevos crudos para conseguirla. El señor misterioso me asegura que tendré lo que anhelo si robo un jamón ibérico en un supermercado y lo regalo a un vagabundo. También me aconseja que abandone la idea de los huevos porque eso no conecta con hacer el bien al prójimo, únicamente, si se diera el caso, lo haría a uno mismo. «¿Y qué pasa si no quiero robar ese jamón ibérico que usted me dice?», le pregunto. «Pues que no tendrás lo que deseas», me contesta.
¿Y vosotros qué imagináis? ¿A qué estáis dispuestos para conseguir lo que anheláis?


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