Si
él fuera otro estoy seguro de que le gustarían los días lluviosos tras la
ventana, los aromas a comida casera de su vecina y el canto alegre de los
jilgueros. Incluso sonreiría al verse con ese pijama agujereado que lleva todo
el día y su barba descuidada cubierta de tamo. Está asediado por una fantasmal
cohorte de pensamientos. Piensa en una escabechina sangrienta cuando corta pan
y en la ingestión de lejía cuando bebe agua. Se cree extraterrestre, y se
abraza a su locura marciana porque ya no se adapta a las ciudades ni se acepta como ser humano.
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