El Día de Todos los Santos me rompo
las costillas de la manera más inesperada: inclinándome al dejar unas bonitas flores
en la lápida de mí añorada esposa. Intento desengancharme de esa incomprensible
e incómoda posición que me retuerce el costado y, ante el esfuerzo por
destrabarme, solo consigo romperme aún más por dentro. El aroma de las rosas me
hace estornudar y desencadena un dominó de crujidos devastadores, una oleada
caliente que golpea mis vértebras, mis pulmones, mi respiración lejana; y siento
como los huesos encorvados de mi frágil armazón se vuelven polvo
apresuradamente y desabrigan mi desconsolado corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario